El Barça y la coyuntura
El Barça ha ganado la Copa de Europa por segunda vez. Pero que nadie se preocupe, la economía española no va a entrar en recesión a corto plazo. Lo digo porque en el segundo trimestre de 1992, coincidiendo con el primer triunfo barcelonista en la principal competición europea, la economía entró en recesión. La causa inmediata fue el derrumbe de la confianza de los consumidores españoles que provocó una contracción en su gasto.
No es de buen gusto, además de falso, defender la hipótesis de que los ciudadanos de este país, mayoritariamente madridistas, sufrieron un shock ante el primer triunfo culé. Lo que ocurrió realmente es que en un contexto de alto endeudamiento (sustancialmente menor que el actual) y de muy altos tipos de interés (notable diferencia con el presente) se produjo un cambio brusco en las expectativas de las familias, porque tras un largo periodo de expansión el empleo había empezado a disminuir a final de 1991.
Y ese hecho es una diferencia fundamental con la situación actual, en la que el empleo sigue creciendo. A finales de 1991, por otra parte, se produjo una disminución del precio de las viviendas, tras una subida persistente (pero menor en tiempo y, sobre todo, en intensidad que la actual). Esta pérdida de riqueza también debió contribuir a la caída de la confianza de las familias.
Pero volviendo al Barça, la verdad es que viene de lejos la mala relación entre los triunfos de este club con la coyuntura económica. Desde 1959 hasta 1994, los ocho años en los que el Barça ganó la Liga, la producción industrial española cayó (el penalti fallado por Djukic impidió que esa estrecha relación se prolongara hasta 1998). Pero todo esto es un caso claro de correlación espuria. Como lo es la pretensión de mis amigos culés de que los títulos del Real Madrid están asociados a determinado signo político (por cierto, desde el fin de la dictadura el Madrid ha ganado 13 ligas y el Barça, 9).
Correlaciones espurias aparte, los triunfos del Barça son la consecuencia de una buena política deportiva. Una plantilla de alta calidad y muy compensada, un entrenador muy competente, sensato y de bajo perfil, y una directiva que, con independencia de ciertas derivas políticas que le ha llevado a mezclar algunas veces churras con merinas, ha respetado la autonomía del cuerpo técnico y no ha pretendido ser el centro de atención. Otros clubes, incluso con más seguidores que el Barça, no han seguido esta línea y están como están.
¿Y la coyuntura de la economía española? Bien. Con algunos nubarrones, pero bien; al menos a corto plazo. A medio plazo tiene que converger la tasa de crecimiento de España con la de la UE. Pero es verdad que aún no se observan signos de desaceleración, aunque, con toda probabilidad, los habrá en un horizonte aproximado de un año, dos a lo sumo.
Un modelo basado en la construcción, gracias a los aumentos de la población activa y a los bajos tipos de interés, no puede sustentar un diferencial de crecimiento sostenido. El fuerte empleo que se genera y, de nuevo, los bajos tipos de interés mantienen un consumo privado pujante. Pero todo es bastante frágil. Bastante desolador a largo plazo, porque no alberga aumentos consistentes de la productividad, ni se corresponde a una definición explícita de lo que queremos que sea la economía española en el futuro del mundo globalizado, y preocupante por su fragilidad a un plazo menor.
Las magnitudes macroeconómicas tienen, por lo general, mucha inercia. Pero algunas veces, como cuando el Barça ganó su primera Copa de Europa, coinciden una serie de factores que producen una ruptura de la inercia. Familias endeudadas, fin de la creación de empleo y caída en el precio de las viviendas es un cóctel explosivo. Ni siquiera la felicidad que nos produjo a todos que, por fin, el Barça hubiera ganado el preciado título europeo evitó entonces el hundimiento de la confianza de los consumidores.
Ahora tenemos las familias más endeudadas y los precios de la vivienda mucho más altos; pero el empleo está fuerte y la burbuja inmobiliaria no ha roto. Un shock sobre el empleo (de origen exterior) o un ajuste violento de precios de los inmuebles tendrían consecuencias graves sobre el gasto de las familias y abriría un proceso recesivo. Si no hubiera tales, y la paulatina elevación de los tipos ayudase a un ajuste suave en la construcción y en el consumo, el aterrizaje a tasas de crecimiento más cercanas a las europeas podría ser, asimismo, suave. Sólo quedaría, entonces, la tristeza por las pobres perspectivas a largo plazo. Tristeza, pese al triunfo del Barça.