Gasolina, margen y competencia
La espiral de precios del petróleo en los mercados, que ha llevado el crudo por encima de los 74 dólares por barril, ha desatado una escalada paralela de precios en sus derivados hasta los máximos históricos en muchos productos. El encadenamiento desde 2001 de crisis geopolíticas sucesivas y la irrupción en el escenario de voluminosas economías emergentes con crecimientos desmesurados y uso intensivo de energía fósiles, han llevado al oro negro a costes desconocidos, y han consolidado la sospecha de que la posibilidad de volver a los precios de los noventa son limitadas.
El cambio de todas estas circunstancias ha sido tan rápido que ha sorprendido a los operadores con la capacidad de oferta maniatada. La explosión de la demanda ha chocado también con la escasez de instalaciones de refino y con las exigencias medioambientales de los mercados más exigentes. Ambas circunstancias, junto con un giro radical hacia la dieselización automovilística, han contribuido a la espiral alcista de los precios, sobre todo en el gasóleo, que en el mercado primario (antes de impuestos) ha superado hace bastantes meses la cotización de las gasolinas.
Las gasolinas llegaron en España a sus máximos en septiembre, cuando el crudo superó los 65 dólares. Y ahora, cuando ha sobrepasado la barrera de los 74, le ha tocado el turno de los máximos al gasóleo, carburante que se consume cinco veces más que las gasolinas, puesto que a la demanda para automoción particular se suma la de carácter industrial. Hoy por hoy, no hay forma de encontrar gasolina por debajo de un euro, y el precio del gasóleo está ya a unas milésimas.
Aunque la actividad económica no parece resentirse, pues una subida del 10% sólo recorta unas décimas del crecimiento económico, el alza de los carburantes para los particulares se acerca ya al umbral del dolor, aquél que puede empezar a cambiar el comportamiento ante las decisiones de consumo e inversión de la gente.
Por ello, los impuestos y los márgenes del oligopolio de las grandes petroleras tienen que ser gobernados con la suficiente mano izquierda como para hacerse compatibles con la capacidad de consumo de los particulares. En España, un 53% del coste final de la gasolina y un 45% del gasóleo son impuestos. Hacienda es, pues, el primer beneficiado de las subidas del crudo. Pero la herramienta fiscal para moderar los precios está desahuciada por dos razones. Primero, porque no trasladar el coste al consumidor desincentiva el ahorro energético; y segundo, porque España sigue teniendo los impuestos sobre hidrocarburos más bajos de la UE.
La acción del Gobierno debe concentrarse en la exigencia y vigilancia de la competencia, que hasta ahora ha sido más nominal que real. Las diferencias de precios, de más de un 22%, parecen más propias de un mercado dual que de uno competitivo. Llama la atención que allí donde la facturación de las compañías es más voluminosa por concentración demográfica, y dónde los centros de refino están más cercanos, los carburantes son más caros. Y también que en las vías de alta capacidad, el mercado esté estratégicamente repartido entre los dos grandes operadores, pero con tal disposición geográfica que se parece más a un monopolio que a un duopolio.