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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España como destino inversor

España recibió en 2005 inversión extranjera por valor de 16.618 millones de euros, que se redujeron a 10.276 millones si se excluye el flujo de salida de capital extranjero. Con estas cifras, y pese a estar en parte condicionadas por el efecto imán que ejercen los estímulos fiscales con las carteras meramente financieras, España logró frenar la caída sistemática de inversión exterior en su territorio que se registraba en los últimos cuatro años.

Es evidente que los estímulos fiscales introducidos en 2000 han maquillado generosamente los datos en los últimos años. Pero no es menos cierto que el atractivo de la economía española para la localización industrial ha cedido terreno, fundamentalmente por la aparición de nuevas ofertas geográficas, como la china, la india o la de Europa del Este, que combinan altos niveles formativos con costes del capital humano mucho más asequibles y estímulos fiscales nada despreciables.

Las autoridades españolas deberían repensar el planteamiento estratégico para recuperar el atractivo ante la inversión extranjera en una economía plenamente global, en la que la tecnología y el capital se mueven a velocidad de vértigo, y donde sólo son elementos determinantes las condiciones locales, especialmente la formación y los impuestos. En un país más terciarizado que industrial, la fiscalidad sobre Sociedades, que ha jugado en algunas economías un papel motriz determinante, debe ser palanca imprescindible y su reforma debe diseñarse con ese planteamiento.

La otra cara de la moneda, la inversión española en el exterior, permite más optimismo. Sigue proporcionando cifras superiores a los flujos de entrada, y coloca a España, por décimo año consecutivo, como uno de los primeros inversores netos en el mundo. En 2005 se ha producido un descenso de los flujos, pero los datos relativos (caen un 47%) están distorsionados por el desembolso que supuso la compra del Abbey por Santander en 2004. Esta distorsión se reproducirá al revés en 2006 con la adquisición de la británica de móviles O2 por Telefónica. Estos hechos, junto con algunas otras operaciones en curso, sólo demuestran que algunas empresas españolas son líderes europeos, y mundiales, pese al creciente oleaje de nacionalismo económico.

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