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Columna
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El perfil del candidato

A finales del pasado verano la prensa de habla inglesa comenzó a perfilar los rasgos y cualificaciones que debería reunir el sucesor de Greenspan como presidente del Consejo de Gobernadores de la Reserva Federal (Fed). Hubo acuerdo en que los candidatos deberían contar con amplia experiencia en el funcionamiento de los mercados financieros, conocimientos contrastados en el funcionamiento de la política monetaria, sólida formación teórica en política monetaria y, por último, aun cuando extraordinariamente importante, unas credenciales intachables de independencia política respecto al presidente y la Administración Bush.

Es sabido que el elegido fue Ben Bernanke, profesor en Princenton y con una abundante obra escrita, miembro del Consejo de Gobernadores durante tres años y presidente del Consejo de Asesores Económicos después. Con esas credenciales el Senado aprobó sin discusión su propuesta de nombramiento y toda la prensa, cosa rara, alabó esta vez la elección presidencial.

Pues bien, hace algunas semanas ciertos periódicos y revistas españoles emprendieron un parecido escrutinio sobre quién sucederá en julio al actual gobernador del Banco de España (BE). Existen, por supuesto, grandes diferencias tanto en la respectiva influencia -doméstica e internacional- de ambos bancos centrales así como en el grado de influjo político a que las grandes instituciones -banco central, supervisor de los mercados bursátiles, organismos de vigilancia de la competencia- están habitualmente sometidas en EE UU y en España. Por otro lado, el establecimiento de la unión económica y monetaria (UEM), la desaparición de la peseta a favor de la moneda común europea y la creación del Banco Central Europeo (BCE) han alterado notablemente las competencias de que antaño gozaba el Banco de España y que se recogían en su Ley de Autonomía -de 1 de junio de 1994-.

Desprovisto de la capacidad de fijar los tipos de interés a corto plazo y de influir en la fijación del tipo de cambio el BE se ha visto obligado a configurar sus actividades en una escala que si bien más modesta resulta sin embargo muy relevante. Aun cuando no decide independientemente la política monetaria a aplicar en España, opina e influye tanto en el análisis como en la configuración de la política monetaria a aplicar por el BCE en la zona euro, conserva las tareas de previsión económica y de información tanto al Gobierno como al Parlamento, manteniendo el respeto de los mercados y la opinión publica y, sobre todo y gracias a la Ley de Disciplina e Intervención de las Entidades de Crédito -de 29 de julio de 1998-, conserva la esencial tarea de regulación e inspección bancaria. En este terreno, además, se ha ganado un sólido prestigio internacional que le ha llevado a desempeñar un papel de primer orden en la formulación de las nuevas reglas, que con el nombre de Basilea II modularán la solidez de las entidades bancarias a partir de 2007, al tiempo que la comunidad bancaria internacional le ha confiado la tarea de servir de interlocutor con los sistemas bancarios latinoamericanos en su camino a la implantación de patrones homogéneos de supervisión.

Este telón de fondo puede servir como falsilla para contrastar los méritos de los candidatos que, sin duda, comenzarán a aparecer en las páginas de los periódicos y en las ondas de la rumorología.

Y a ello añadiría un requisito adicional relacionado con la coyuntura económica que las recientes subidas de tipos de interés del BCE resumen suficientemente. En otras palabras, o mucho me equivoco o hemos entrado en el final del ciclo alcista de la economía española y de ahora en adelante se avecinan tiempos difíciles en los cuales habrá que controlar los desequilibrios exteriores, la tasa de inflación, el deterioro de nuestra competitividad y fomentar medidas impopulares tales como la liberación de no pocos mercados de bienes y servicios o las reformas de los sistemas públicos sanitarios y de pensiones. Todo ello apunta a que el nuevo gobernador deberá estar dispuesto desde el principio a asumir que su puesto, además de una preciosa vista sobre la Cibeles y el paseo del Prado de Madrid, lleva aparejada la necesidad de convertirse en muchas ocasiones en una figura impopular, empezando ante quien le ha nombrado. Por ello sería más que recomendable que la elección -y también la forma en que se realice- no sólo recaiga en una persona que reúna las cualidades intelectuales y personales antes descritas sino que esté libre de toda sospecha de favoritismo político, de forma tal que el desempeño de su cargo no se vea entorpecido por críticas políticas partidistas como las que algunos miembros del Gobierno han lanzado contra el actual gobernador para que el BE siga conservando intacta la autonomía que ha sido hasta ahora garantía de su eficacia y prestigio.

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