MAFO: otra misión cumplida
Miguel Ángel Fernández Ordóñez deja la Secretaría del Estado de Hacienda, uno de los puestos clave en la gestión política y económica del Estado, para formar parte del consejo de administración del Banco de España dentro de su comisión ejecutiva, en donde no es difícil adivinar que está llamado a desempeñar las más importantes funciones. Lo hace después de una gestión impecable, de la cual los hitos más significativos que, como es lógico, comparte con el vicepresidente económico del Gobierno, Pedro Solbes, son, por un lado, el registro del primer superávit fiscal de las Administraciones públicas desde antes de la muerte de Franco y el todavía más difícil saldo superavitario del subsector Estado; por otro, la reactivación de la Agencia Tributaria en sus planes de lucha contra el fraude y, finalmente, la preparación de una reforma fiscal de las características de los autores de la misma, es decir del propio Fernández Ordóñez y del ministro de Economía y Hacienda que la supervisaba. Es decir, una reforma tranquila, sin poner en peligro los objetivos de suficiencia de recursos y tratando de deshacer, aunque sin graves rupturas, algunas de las ineficiencias que con el transcurso del tiempo, los cambios económicos y financieros se ponen de manifiesto en el funcionamiento de los sistemas fiscales desarrollados y modernos.
De este modo, Fernández Ordóñez deja su puesto con una nueva misión cumplida de modo altamente satisfactorio. He señalado en el título de este artículo que no se trata simplemente de hacer un buen trabajo sino que al cumplir esta otra misión, Fernández Ordóñez suma a su amplia trayectoria como responsable público una gestión exitosa más. Yo he tenido la fortuna de contar con el concurso de su trabajo en diversas responsabilidades a lo largo de muchos años. En primer lugar, al frente de la Secretaría de Estado de Economía, donde lo encontré, nombrado por Miguel Boyer que siempre le consideró como uno de sus grandes colaboradores, cuando sustituí a éste al frente del Ministerio de Economía y Hacienda en 1985.
El amplio conocimiento que tenía de la Administración del Estado por su papel como secretario de la Comisión Delegada de Asuntos Económicos, así como su buen criterio en la elaboración de informes, lo hacían imprescindible para el buen gobierno del área económica del Ejecutivo. Luego, ya en 1986, MAFO aceptó mi propuesta de ocupar la Secretaría de Estado de Comercio, donde llevó a cabo un plan de dinamización de la exportación en aquella España que se abría al Mercado Común Europeo y en la que la introducción del impuesto sobre el valor añadido (IVA) había eliminado la gran subvención a la actividad de comercio exterior que había constituido la desgravación fiscal a la exportación. Fernández Ordóñez es pues el único español que ha ocupado las tres secretarías de Estado que constituían el Ministerio de Economía y Hacienda y en todos ellas ha dejado muestras diversas de su capacidad de gestión, de su buen juicio político y de la honestidad de su comportamiento.
La falta de costumbre en nuestro país de apreciar el verdadero valor de nuestros contemporáneos mientras están vivos puede, a los ojos de algunos, teñir las anteriores manifestaciones del espíritu de los obituarios, como si el propósito del autor fuera dar un lujoso entierro en vida al que es objeto del encomio. Nada más lejos de la realidad. Miguel Ángel Fernández Ordóñez deja este largo ciclo vital de las secretarías de Estado que se inició en 1982 y termina casi un cuarto de siglo después, en 2006, para hacer frente al que quizá sea el final de otro ciclo, el que ha cumplido ejerciendo las responsabilidades propias de la dirección de las agencias independientes que, aunque dependen muchas veces del Poder Ejecutivo, llevan a cabo su función con autonomía con respecto de éste, pues el ejercicio de la misma puede implicar conflictos con aquél o con partes del Gobierno.
Después de una estancia fructífera al frente de la misión española en el Fondo Monetario Internacional, MAFO, a sugerencia de Pedro Solbes, amigo suyo que a la sazón era secretario de Estado de Economía conmigo, aceptó la tarea de revivificar el Tribunal de Defensa de la Competencia al comienzo de la última década del siglo pasado. Para ello reorientó el Tribunal desde la tarea meramente juzgadora y sancionadora de las prácticas contra la competencia a la de análisis de los mercados, donde la competencia no era la regla ni mucho menos, proponiendo las reformas legales e institucionales de las mismas.
Sus informes, con un castellano preciso y elegante, fueron una fuente de buen sentido y de ilustración en la Administración española. Más tarde fue también presidente de la recién creada Comisión Nacional del Sistema Eléctrico (precedente de la actual Comisión Nacional de Energía) durante un mandato, a caballo entre el último Gobierno de Felipe González y el primero de Aznar. En ambos puestos dio pruebas de su autonomía de gestión con independencia de criterio frente a Gobiernos de uno y otro signo, además de su proverbial buen sentido.
Por ello es altamente deseable que culmine este ciclo de su segunda encarnación como regulador en el puesto de gobernador del Banco de España y que el buen sentido del partido de la oposición, que hay que presumir que no lo ha perdido del todo, no ponga dificultades a su nombramiento cuando llegue el momento. Hoy nuestro banco central no tiene las facultades en materia de política monetaria que le reconocía la ley de autonomía, pero todavía tiene muchas cosas importantes que hacer en materia de legislación, supervisión e inspección bancaria y financiera aquí adentro.
Por otra parte, una persona con el prestigio de Fernández Ordóñez tendrá mucho que aportar a la toma de decisiones en el sistema de bancos centrales europeos, en el propio Banco Central Europeo (BCE) y también en Basilea, en el Banco de Pagos Internacionales. Para España será un lujo poder disponer de la personalidad de Fernández Ordóñez para el desarrollo de estas tareas. Para los que creemos en la importancia de la función pública será una gran satisfacción ver al frente de estas responsabilidades a un servidor público ejemplar y con criterio técnico y convicciones políticas, que no partidistas.