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Columna
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El desequilibrio de ETA

Explica Juan Antonio Rivera en su reciente libro Carta abierta de Woody Allen a Platón, editado por Espasa, que durante mucho tiempo el terrorismo etarra se hallaba incrustado como un equilibrio ineficiente en la vida vasca; que se había convertido en un cáncer social que, no obstante, y por diversas razones, mucha gente estaba interesada en mantener.

Para Rivera la presencia del terrorismo convenía a los nacionalistas no violentos porque desviaba votos hacia ellos, o dicho de otro modo, porque aumentaba la cuota de coraje cívico que había que ponerle al asunto de votar no nacionalista en el País Vasco; convenía a los etarras, desde los pistoleros hasta los extorsionadores, que habían hecho del amedrentamiento su forma de ganarse el pan y el jamón; convenía a aquellos extorsionados, que preferían sufragar los costes de las actividades terroristas con tal de ahuyentarlas así de su proximidad aunque repercutieran sobre otros, arrebatándoles la vida o la hacienda.

En opinión de nuestro autor, alterar este equilibrio ineficiente en el que tantos intereses se daban la mano para su mantenimiento sólo podía provenir de la acción de un Estado empeñado con firmeza en terminar con esa incrustación. Pero antes de seguir adelante convendría aclarar qué entiende Rivera por equilibrio ineficiente. Para ello, siguiendo a John Nash, define como equilibrio el estado en que se encuentra una determinada situación cuando, una vez dada, nadie desea cambiarla por su cuenta y a título personal, pues cualquier iniciativa individual en el sentido de impulsar el cambio sería desfavorecedora para quien la emprendiera. Luego, Rivera se acoge a Vilfredo Pareto para considerar ineficiente una forma de equilibrio cuando existe al menos otra forma que es mejor para alguno de los congregados sin empeorar a ninguno.

El ambiente creado en los últimos años ha roto la incrustación de la banda etarra como parte del equilibrio ineficiente de la vida vasca

En definitiva, todas esas convicciones, que el joven presidente José Luis Rodríguez Zapatero asegura poseer y se resiste a desvelar sobre el comienzo del fin de ETA, se resumirían en la observación, al alcance de todos, de que el ambiente nuevo creado en los últimos años ha roto la incrustación de la banda etarra como parte del equilibrio ineficiente de la vida vasca.

Ahora, a la inversa, la persistencia del terrorismo desacreditaría y restaría votos a los nacionalistas no violentos y haría más atractivo votar no nacionalista en el País Vasco; dejaría de convenir a los etarras, carentes del santuario francés, agujereados como un gruyère por las fuerzas de seguridad y asfixiados por el progreso moral que ha supuesto la instauración de tolerancia cero hacia el asesinato perpetrado bajo invocaciones políticas; agravaría la situación penal y penitenciaria de los encausados ante los tribunales, recluidos ya en las prisiones o abiertos candidatos a ingresar en esos recintos; haría saltar por los aires la sumisión de los extorsionados que venían consintiendo para evitarse males mayores…

Pero estas líneas se escriben en vísperas de la manifestación convocada para mañana sábado en Madrid por la politizada Asociación de Víctimas del Terrorismo, convertida en ariete de las operaciones del Partido Popular, también llamado Partido de la Crispación Nacional. El itinerario de la marcha es muy revelador: la calle de Serrano, desde la plaza de la República Argentina hasta el cruce con la calle de Goya, para concluir en la plaza de Colón. La hora está calculada para concluir entre dos luces, momento en que tanto mejoran las apariencias. Los lemas, a buen seguro, incidirán en culpar al Gobierno de Zapatero por las intenciones que se le adjudican sin base factual alguna. ¿Recuerdan ustedes si el cruzado Aznar tuvo en cuenta a las víctimas cuando decidió entablar contactos secretos con ETA? ¿Fueron traídas entonces a colación por los medios informativos? Negativo. ¿Se habló de la necesidad irrenunciable de vencedores y vencidos? Afirmativo, lo hizo el secretario de Estado para la Seguridad para descartar ese escenario.

Mientras, se recomienda la lectura del libro La industria del holocausto, de Norman G. Finkestein, con sus reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío. Allí nos previene de que a los supervivientes se les reverencia como si fueran santos profanos, de que nadie se atreve a poner en entredicho lo que dicen y que así se dan por buenas, sin comentario alguno, afirmaciones disparatadas. Atentos.

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