Prestidigitación monetaria, de Greenspan a Bernanke
Conocí a Alan Greenspan en 1963, cuando estábamos preparando en Battelle las primeras prospectivas para el año 1970 de la economía americana. Yo tenía entonces 25 años y, recién terminada mi tesis doctoral, creía en los mecanismos causa-efecto y en el rigor de los modelos. Greenspan tenía 40 años y sólo creía en el poder de Coca-Cola. Era inteligente y astuto, un economista real, en el mejor sentido de la palabra. Un prospectivista de largo plazo transformado en gestor de la inmediatez de la política monetaria. Es difícil comprender una trayectoria que le llevó a presidir el comité de gobernadores de la Reserva Federal: aunque en los años sesenta su sede de trabajo estaba en Wall Street no tenía el espíritu financiero, no vivía el ambiente de la Bolsa, ni asesoraba a entidades financieras. Pero lo que sí tenía Greenspan es sentido común y mucha psicología.
Durante años, a pesar de los analistas de los medios de comunicación, de los funcionarios japoneses y del mundo financiero, Greenspan ha manejado con independencia y sutileza a la gigantesca máquina de la economía americana, consiguiendo mantener el crecimiento sin inflación a pesar de los desequilibrios masivos de la balanza exterior y de los Presupuestos públicos. Cuando le presionaban, dedicaba a los que dudaban del futuro inmediato algunos mensajes crípticos: exuberancia, productividad, conúndrum, que se interpretaban libremente y tranquilizaban los espíritus revueltos. Ha sido un mago, un prestidigitador capaz de convencer a los inversores mundiales de que la economía americana se ríe de sus desequilibrios y sigue siendo la más sólida del mundo.
Llega Ben Bernanke. Sus votos en el consejo han sido idénticos a los de Greenspan durante los últimos tres años. Sus declaraciones tratan de continuidad. De mayor, ¡Bernanke quiere ser como Greenspan!
Es un admirador del viejo maestro. Algunas de sus ideas, como la del misterioso peligro de la deflación anunciado hace dos años, hasta fueron adoptadas por Alan Greenspan. Más recientemente, Bernanke ha diagnosticado el exceso de ahorro de la economía mundial, un diagnóstico enigmático en el más puro estilo greenspaniano. ¡Habemus Papam! Pero es un diagnóstico más financiero que real, ¿excedente de ahorro o insuficiencia de inversión? That is the question.
Pero ¿es posible ser Greenspan? Porque Greenspan era un sabio agnóstico en materia de economía, y eso es una rara avis. Por una parte, Bernanke es un gran investigador teórico y empírico de las finanzas, y es muy difícil afirmar resultados y no creérselos. Para él hay estrategias diferentes, reactivas (feedback policies), y preactivas (targeting rules). Sabe interpretar la regla de Taylor ex post y ex ante; es un técnico con prestigio y experiencia.
Bernanke piensa que hay que aumentar la transparencia de las deliberaciones del consejo, o que hay que anunciar objetivos cuantificados de inflación. Greenspan pensaba que la opacidad que acompaña a la improvisación es calidad indispensable de la navegación en aguas turbulentas.
Bernanke piensa en su fuero interior (porque así lo afirman los manuales de economía) que la opinión del mercado existe. Greenspan pensaba que la opinión del mercado se hace.
Para actuar como Greenspan hay que utilizar la sorpresa. Pronto tendremos ocasión de ver a Bernanke en esta tesitura, ¿sabrá poner punto y final por sorpresa a la subida lenta y programada del tipo de interés? El mundo financiero necesita que el oráculo siga dictando el camino a seguir. Y después de todo, Ben, si hay exceso de ahorro ¿para qué aumentar su remuneración?