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Columna
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Caricaturas de la fe

La violenta respuesta por la publicación de unas viñetas sobre Mahoma no es la réplica del mundo musulmán, sino la acción de unos pocos organizados con el beneplácito de determinados Gobiernos, según el autor, que reflexiona sobre los límites de la libertad de expresión

Lo que está pasando en el mundo musulmán a raíz de la publicación de las caricaturas de Mahoma no guarda medida ni proporción con el supuesto daño causado. No es la respuesta del mundo musulmán, sino la infame campaña organizada por unos locos que cuentan con el beneplácito de algunos Gobiernos. Son muchos los que piensan que los estallidos de violencia no son espontáneos, sino que, al menos en su origen, estuvieron orquestados por determinadas organizaciones o países, muy interesados en ocultar problemas internos o en agrupar a las opiniones públicas en momentos de especial debilidad. El que el asunto haya estallado ahora, varios meses después de la publicación de las caricaturas, y coincidiendo, por ejemplo, con la crisis generada por el programa nuclear iraní, refuerza esas tesis, que comparto en gran medida. Una vez encendido el fuego, se propaga entre masas sensibilizadas por los errores de unos y otros.

El derecho a la libertad de expresión es consustancial al sistema democrático. Si la gente no puede expresar lo que siente, si no escribe o dibuja lo que desea por miedo a represalias, nunca podrá existir verdadera libertad. Un dibujante realizó unas caricaturas. Nos podrá parecer bien o mal, podemos considerarlas oportunas o desafortunadas, pero en todo caso debemos defender el derecho a dibujarlas. Bajo ningún concepto podemos establecer ninguna censura previa distinta a las propias normas deontológicas de los creadores. Es cierto que las caricaturas son de mal gusto y que ofenden innecesaria e injustamente al mundo musulmán en su conjunto, al que identifica como terrorista. Podemos criticar al dibujante por haberlas pergeñado. Pero no por ello podemos cuestionar el derecho a la libre expresión bajo la presión de unos bárbaros que queman embajadas y negocios.

En Europa tenemos un escaso conocimiento de la hermosa cultura del islam, desfigurada por nuestra tradicional islamofobia. Mil veces he escrito en su defensa

Hizo bien el presidente de Dinamarca al no pedir perdón como país por lo que era exclusivamente responsabilidad de un creador, o de un periódico a lo sumo. Si se han arrepentido, que lo pidan ellos individualmente, que es el ámbito real de adeudo por la materia. La Unión Europea debe mostrarse firme en apoyo a Dinamarca y en defensa a la libertad de expresión. Hemos oído muchas voces, la del secretario de la ONU entre otras, afirmando que la libertad de expresión debe tener unos límites. Muy bien, ¿pero cuáles? ¿Los que nos dictaminen clérigos y alfaquíes?

No podemos aceptar esos límites, sería volver a tiempos de la Inquisición, donde un tribunal religioso podía condenar a la hoguera a los desgraciados que hubiesen ofendido lo que ellos consideraban que era la fe verdadera. Unos locos fanáticos no pueden ser el heredero de esa infamante Inquisición. La Unión Europea debe exigir firmeza a los países musulmanes para que protejan a sus bienes y a sus ciudadanos.

Tengo bastante respeto por el islam y sus principios. Desgraciadamente, en Europa tenemos un escaso conocimiento de su hermosa cultura, desfigurada por nuestra tradicional islamofobia. Mil veces he escrito en su defensa. Tengo por tanto crédito suficiente para condenar con toda la rotundidad que estas líneas me permiten la barbarie de la que estamos siendo testigos. No podemos arrugarnos ahora. La libertad de expresión debe seguir siendo un principio fundamental en nuestro sistema. Si esa minoría fanática comprueba que con manifestaciones y sabotajes abjuramos de nuestros principios básicos su barbarie irá en crecimiento.

Incluso en estos momentos difíciles debemos recordar que la inmensa mayoría del pueblo musulmán es pacífico y que sólo aspira a vivir en paz. No debemos ahondar en nuestro habitual error de descalificarlo en su conjunto, porque con nuestro desprecio abonamos el campo a los fanáticos antioccidentales. Viceversa, los que queman nuestras embajadas conseguirán azuzar el sentimiento antimusulmán de los occidentales. ¿Es realmente eso lo que quieren? No podemos entrar en ese juego, en el que algunos están interesados. Si las desgraciadas caricaturas han sido un balón de oxígeno para Bin Laden y sus secuaces, los criminales saqueos de nuestras embajadas traerán una subida del racismo y la islamofobia en nuestro continente. Los fanáticos estarán felices, recordando a sus respectivas poblaciones que ellos ya lo venían anunciando, que la convivencia entre culturas resulta imposible.

Sí a la libertad de expresión en Dinamarca. La única caricatura de una hermosa religión es la que dibujan los locos fanáticos que incendian y saquean.

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