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Columna
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¿Españoles improductivos?

Resulta que los españoles trabajamos 2,3 horas semanales por encima de la media de la Europa de los Quince. Al menos eso aseguran los datos del informe æscaron;ltimas tendencias del mercado laboral elaborado por Eurostat, la oficina de estadística de la UE. Así que los asalariados españoles trabajamos una media de 39,6 horas a la semana, frente a 37,3 horas del trabajador medio de la UE-15, las 37,9 del de la UE-25 y de las 37,6 del de la eurozona, que integran sólo los 12 países del euro, unidos por la moneda común. Parece que la situación se ha agravado para nosotros porque hace un año trabajábamos una media de 38,6 horas, es decir, una menos que en este momento. Las estadísticas de la OCDE referentes al año 2004 confirman también que entre los países de la UE-15 sólo Grecia, con un promedio de 1.925 horas trabajadas al año en cada puesto laboral, supera al de España con 1.774.

Pero como pone de manifiesto un estudio del Círculo de Empresarios difundido el pasado 22 de diciembre, 'a pesar de esta presencia más prolongada de los empleados españoles en el lugar de trabajo, ocupamos un lugar muy poco destacable en el ranking de productividad aparente del trabajo'. De modo que 'en 2004 registrábamos una productividad por hora que quedaba claramente por debajo de la correspondiente a otros países en los que trabajan menos horas'. Ese es el caso de Luxemburgo, Francia, Irlanda, Holanda, Alemania, Dinamarca, Suecia, Reino Unido y Finlandia, ordenados en una escala decreciente de PIB por hora de trabajo. Una magnitud que en Luxemburgo alcanza el 120,8% y en España el 78,9% de la registrada en Estados Unidos.

Además la tasa de variación anual, durante la década 1995-2004, es negativa por lo que respecta a la productividad del trabajo, medida en términos de PIB por hora trabajada. Conforme a esta variable, España se sitúa en el 0,9, sólo por encima de Holanda e Italia entre los países de la UE-15. 'Es decir, que en el último decenio la brecha que separa a la productividad española de la del resto de los países desarrollados se ha ido ampliando'. Se trata de un problema que, según el Círculo de Empresarios, se agudiza al considerar factores como el capital físico, la tecnología utilizada o los recursos humanos que se combinan en la denominada productividad total de los factores, siempre muy relacionada con la organización de la producción y del trabajo.

En la mala evolución de la productividad española no puede minusvalorarse el peculiar horario de trabajo

Para explicar la mala evolución de la productividad española los analistas acuden a diversos factores como nuestro déficit en tecnologías de la información o nuestra escasa implantación en sectores de valor añadido relativamente bajo. Pero no puede minusvalorarse la incidencia de las peculiaridades de los horarios españoles de trabajo, que premian la presencia prolongada en el puesto de trabajo, y tampoco el disparate de la distribución de la dieta. Pasar mucho tiempo en el lugar de trabajo no es garantía de eficiencia. Aquel lema de 'no por mucho madrugar amanece más temprano' podría ahora enunciarse como 'no por mucho prolongar la jornada laboral aumenta nuestra productividad'. Porque, madrugar, los españoles madrugamos, con independencia de que nos mantengamos, impasible el ademán, en el trasnoche.

Madrid, por ejemplo, frente al estereotipo que los catalanes se han forjado a medida para lanzarse por la pendiente del agravio comparativo y la demanda del Estatut, ha dejado hace mucho tiempo de ser esa ciudad de funcionarios haraganes permanentemente de bureo. Su hora punta empieza antes de las siete de la mañana y ahí están, saturados al alba, los aparcamientos del aeropuerto de Barajas que no nos dejarán mentir. Aparte de que la Barcelona del diseño y los prodigios suma ahora más funcionarios de los que cuenta ese pretérito poblachón manchego entre Navalcarnero y Kansas City al que se refería la caricatura de Camilo José Cela.

Quede para otra ocasión el análisis de la composición y de la distribución horaria de la dieta de los españoles, que se ajusta como un guante a la ociosidad del señorito pero se aplica luego al ejecutivo de cuello blanco y al peón albañil con consecuencias de alta peligrosidad. Continuará.

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