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Columna
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Europa o renace o se desvanece

Europa se encuentra paralizada. En el centro de la crisis está el debate sobre el presupuesto comunitario. La aprobación de las perspectivas financieras para el periodo 2007-2013 depende, según el autor, de que el Reino Unido y Francia lleguen a un acuerdo en torno a la PAC y al llamado 'cheque británico'

En la actual situación de crisis que atraviesa Europa hubiese sido deseable que la presidencia semestral del Consejo le hubiese tocado por turno a una gran nación que, con verdadera vocación europeísta, llenase el vacío de liderazgo abierto en el corazón de la Comunidad. Pero el azar ha querido que la ocupase la Gran Bretaña, país que nunca se ha distinguido por un gran europeísmo.

Sin embargo, cuando al inicio de la presidencia el premier británico Tony Blair anunció 'creo en el proyecto de una Europa política', todos pensaron que Europa y el Reino Unido habían encontrado finalmente el líder voluntarioso capaz de salvar a la primera del naufragio en que se está sumiendo y sacar a la segunda de su persistente resistencia a la construcción de una sólida entidad continental.

España debe intentar lograr una distribución más equita-tiva de los recursos comuni-tarios, pero esto no se consigue con la amenaza de un veto

Desgraciadamente no es probable que se cumplan estos prometedores auspicios, pues siguiendo la línea de sus predecesores, Tony Blair ha dirigido su estrategia negociadora fundamentalmente a resolver de la mejor manera para sus intereses el tema clave de esta reunión del Consejo: el conflicto entre el cheque británico y la reforma de la Política Agrícola Común (PAC) y, una vez más, la pérfida Albión se saldrá con la suya. Claro que hay que reconocer que a ello habrá contribuido su maestría negociadora que no deja nada a la improvisación.

El premier británico sabía perfectamente que su proyecto inicial de Presupuestos era en sus aspectos fundamentales -mínima reducción de su cheque, importante recorte en las ayudas a los nuevos socios del Este y escaso aumento del gasto comunitario total- sensiblemente peor que el propuesto por Luxemburgo en junio y mayoritariamente reprobado. Era, pues, de esperar que fuese rechazado por la casi totalidad de los Veinticinco, incluso, para guardar las apariencias, por aquellos países que veían sus contribuciones netas mantenidas o incluso reducidas si, como se preveía, el aumento del gasto se reducía en 2013 al 1% del PIB comunitario.

Pero de esta forma mostraba su buena voluntad (y capacidad) negociadora al presentar una nueva propuesta, sabiamente dosificada, en la que hay un menor recorte de las ayudas a los nuevos países que será más que suficiente para granjearse su aquiescencia, sin que su repercusión en el gasto impida su aceptación por los países contribuyentes netos.

El acuerdo definitivo sobre las perspectivas financieras para el periodo 2007-2013 va a depender, sin embargo, de que se resuelva el contencioso franco-británico: la renuncia británica a modificar el mecanismo de su reembolso, que difícilmente aceptaría su opinión pública, a menos de que se modifique también la PAC, aprobada en 2002 unánimemente por los Veinticinco, incluido el Reino Unido, y que tampoco aceptarían los responsables políticos franceses con unas elecciones presidenciales a la vista.

Pero tanto Blair como Chirac saben que en este match sobre el Presupuesto se juega el futuro de Europa: su cohesión interna junto con su capacidad de actuar y competir en la escena global. En dos palabras, su existencia. Por eso, y como es habitual en estos casos, la lucidez y el sentido común harán acto de presencia en el último minuto para llevarles a un entendimiento: los británicos acabarán aceptando un recorte en su cheque sensiblemente mayor que los 8.000 millones de euros de su oferta inicial, a cambio de que Francia se muestre dispuesta a revisar todas las partidas de gastos e ingresos de la Unión en 2008-2009.

Sería de todas formas un acuerdo de mínimos que, si contenta a la práctica totalidad de los países que no están dispuestos a hacer los sacrificios que exige la situación, también ocasione dos grandes perjuicios. Al ser rechazado el aumento del gasto del 1,14% del PIB que la Comisión consideraba indispensable para ayudar a los países del Este y proporcionar los créditos para la investigación y desarrollo, el acuerdo Lisboa II quedará en simple retórica y papel mojado como el Lisboa I.

En este minipresupuesto también va a ser penalizada España, víctima de un inicuo reparto de los sacrificios. Era de esperar y justo que se redujesen las ayudas de los fondos estructurales y de cohesión en la medida en que la renta per cápita de España se ha acercado significativamente a la media europea. Pero es injusto que no se tome debidamente en consideración el efecto puramente estadístico debido a la incorporación de la bajísima renta per cápita de los países del Este.

Es posible que como compensación se nos conceda la ayuda de un fondo tecnológico para la competitividad que, con toda probabilidad, será insuficiente. España debería por tanto intentar conseguir una distribución más equitativa de los recursos comunitarios y, según la experiencia de estas cumbres, esto no se consigue con la amenaza de un veto.

En el pasado la fórmula que siempre resultó exitosa fue la construcción de una alianza con un país importante. Sería pues de desear que España salga de su espléndido aislamiento con que va a acudir al Consejo y busque la alianza de Alemania, país con el que por razones históricas casi siempre ha habido buen entendimiento, aunque en esta ocasión ello no vaya a ser tan fácil.

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