Neoarbitrismo en la CNMV
A juzgar por sus movimientos, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) parece haberse instalado en una especie de neoarbitrismo. Para evitar confusión alguna, aclaremos que el término utilizado no se refiere ni a la palabra arbitrio (exacción para financiar gastos públicos que es característica de las Haciendas locales), ni a la palabra árbitro (persona o institución cuyo criterio se considera autoridad), ni a la palabra arbitrariedad (actos contrarios a la justicia o a la razón). Nos referimos al arbitrismo como la cualidad del arbitrista que, según su definición oficial, es quien inventa planes o proyectos disparatados para intentar remediar males de la economía nacional.
En nuestra historia, los arbitristas tuvieron su apogeo en el siglo XVII así como durante el final del siglo anterior y el principio del posterior. La crisis de nuestra Hacienda y el grave déficit de nuestro Tesoro Público fueron el motivo que llevó a nuestros arbitristas a inventar todo tipo de ingenios que, aparentemente y sobre el papel, resolvían con facilidad todos los problemas de nuestra economía, acuciada por las dificultades originadas en nuestro imperial ultramar. El problema de las soluciones arbitristas era que junto a su aparente brillantez conceptual llevaban aparejada su más absoluta inaplicabilidad.
Los arbitristas de entonces vieron cómo les arreciaron las críticas, y tuvieron que soportar la ironía burlona y mordaz de figuras contemporáneas tan señeras como Quevedo o el mismísimo Cervantes. Incluso las Cortes Castellanas aprobaron formalmente una propuesta para expulsarles del Reino.
Pero como la Historia escribe su biografía entrelazando episodios nuevos con la repetición de viejos y curiosos bucles, nos encontramos ahora con el resurgimiento del pensamiento arbitrista en el seno de la propia CNMV. En efecto, que el insider trading (operaciones con información privilegiada) constituye un problema real y serio de las economías desarrolladas es evidente. Tanto como que el ingenio proyectado por la CNMV para resolverlo parece acusadamente peculiar.
Según se ha publicado en los medios de comunicación, el presidente de la Comisión ha enviado una carta a las sociedades cotizadas y a la Asociación de Directivos de Comunicación para informarles del proyecto por el que pretenden hacer compatible la necesidad que de difundir información tienen las sociedades que cotizan en los mercados de valores con las necesarias restricciones a la difusión selectiva de información relevante. En definitiva, se trata de dificultar la realización de operaciones con información privilegiada. Hasta ahí todo es correcto, pues se está ante un intento de ganar transparencia en el funcionamiento de los mercados lo que, de conseguirse, haría aumentar la confianza de los inversores y consecuentemente redundaría en mayores niveles de recursos propios allegados a las compañías a través de los mercados. Como hicieron los arbitristas, la CNMV diagnostica la existencia de un problema y se dispone a intentar resolverlo.
La cuestión es que al diseñar la solución, la CNMV tropieza en los mismos errores que nuestros añejos arbitristas, construyendo un ingenio ingenuo que no soporta un análisis con un mínimo de rigor. A modo de ejemplo, pretender que los funcionarios de la CNMV estén presentes en cualquier encuentro o reunión entre las compañías cotizadas y los medios de comunicación suena a innecesario además de irrealizable, a menos que la plantilla de la Comisión aumente de forma sideral. A su vez, que las compañías deban comunicar a priori a la CNMV 'todos sus eventos' parece un control rebosante de burocracia y exagerado para el objetivo perseguido. Pero cuando se alcanza el cenit del renacido neoarbitrismo es al establecer que en la planificación de las reuniones, y a fin de evitar revelar información de trascendencia sólo a los asistentes a la reunión, las compañías deban 'preparar especialmente las respuestas a las preguntas inesperadas'. æpermil;ste despropósito recuerda la anécdota protagonizada por nuestro clásico hacendista Luis Beneyto que al llegar a un acto público en el que sospechaba iba a verse obligado a intervenir, manifestó: 'Hoy traigo muy bien preparada mi improvisación'.
Lo más preocupante no resulta ser tanto el sentido de las medidas que se proponen, como que en la CNMV se piense que son realizables y, aún más, que puedan resultar útiles para resolver el problema que se aborda. Dada la buena intención que ilumina la actuación de los rectores de la Comisión, confiemos que cambien de estrategia y abandonen su filosofía neoarbitrista. De no hacerlo no serán, como antaño les sucedió a los arbitristas españoles de hace tres siglos, ni objeto de la burda y la ironía colectivas ni víctimas de propuestas formales de expulsión del Reino, pero tampoco conseguirán hogaño reforzar ni el prestigio ni la eficacia de las actuaciones de la institución que dirigen.