El 'coach' de Florentino
Juan Carlos Cubeiro le cuenta un cuento de Navidad al presidente del Real Madrid y le aconseja fichar a un entrenador empresarial. Le ayudaría a mirarse en el espejo y a reflexionar
Se cuenta que tras la destitución del brasileño Vanderlei Luxemburgo, una vez finalizada la reunión extraordinaria, uno de los participantes (y buen amigo del presidente del Real Madrid), se le acercó y le dijo: 'Mira, Florentino, tú lo que necesitas es un coach (entrenador)'. 'Pero, hombre', le respondió Pérez, 'si llevo seis: Del Bosque, Queiroz, Camacho, García Remón, Luxemburgo y ahora López Caro. Y además tengo a Butragueño, a Arrigo Sachi y a toda la corte celestial. ¿Te parece poco?'. Su amigo le insistió: 'No, no me refiero a un entrenador del primer equipo, sino a un coach empresarial, a un experto en desarrollar a primeros ejecutivos. En las principales empresas del mundo, y también en nuestro país, los presidentes cuentan con su asesor personal, que les sirve de espejo. Cuando una persona se plantea implantar una estrategia bien diseñada, si lo trata de hacer en solitario, la probabilidad de lograrlo es menor de un 10%. Si lo persigue a través de un coach, la probabilidad supera el 85%. Y tú lo que quieres que ocurra ahora, amigo Florentino, es que tu estrategia salga adelante. Y no puede ser solo ante el peligro'.
El presidente del grupo ACS y del Real Madrid sintió que no tenía mucho que perder (tan sólo hacer unos huecos en la agenda: una primera sesión de tres horas y media y las siguientes, mensuales, de 90 minutos, además de las conversaciones informales por teléfono entre una sesión y otra). Eligió a un profundo conocedor del mundo de la empresa (todo ello en secreto), a través de un grupo inmobiliario que colabora en el marketing del club, y se puso manos a la obra.
A partir de la primera reunión (en la que repasaron la trayectoria, las ambiciones, las preocupaciones del directivo), Pérez se dio cuenta de que el problema del equipo blanco era de cultura corporativa, del modo en que se hacen las cosas. Desde su llegada a la presidencia, Florentino había seguido el modelo de transformación del Manchester United para convertir al club de la Cibeles, el equipo más laureado del siglo XX, en un icono global.
Más de 40 millones de chinas son fans declaradas de Beckham, el mundo se ha rendido a Zidane y Ronaldo, y toda España, a Raúl. Sin embargo, al hacerlo directamente, atajando, el club ha captado talento consagrado (balones de oro) y no ha conseguido desarrollar nuevo talento con la misma eficacia (Zidanes en decadencia y Pavones que no cuajan). De hecho, ha prescindido de talento (Eto'o pertenecía al equipo blanco), no ha sabido atraerlo (le ofrecieron a Ronaldinho) o no ha sabido aprovecharlo (el caso de Michael Owen).
Por si esto fuera poco, el talento negociador y cohesionador del presidente, que ofrece múltiples ventajas, también auspicia que los galácticos entrenen poco, estén más pendientes de su agenda de marketing que de preparar los partidos y salgan al campo bajo la ley del mínimo esfuerzo. Un conjunto de individualidades que vivieron días mejores y que no se comportan en absoluto como un auténtico equipo. Los fichajes del último verano (Sergio Ramos, Baptista, Robinho, los uruguayos), un total de 90 millones de euros, rápidamente se han contagiado de un ritmo de vida estratosférico, de cara a la galería.
Es, en definitiva, una cultura en la que los entrenadores valen poco y los galácticos campan a sus anchas. Luxemburgo encadenó al llegar seis o siete victorias seguidas, pero la cultura corporativa del Real Madrid le devoró, como hará con cualquiera (Capello, Eriksson, Van Basten, Wenger, Scolari o Mourinho o nuestros compatriotas Rafa Benítez o Jabo Irureta) que intente hoy por hoy forzar la condición de los jugadores consagrados.
A través de su propio proceso de coaching, Florentino Pérez reflexionó y descubrió que el problema del club de sus amores no se resolvía cambiando al comandante del banquillo, sino transformando la cultura de la entidad. Los valores del Real Madrid, las cuatro E (esfuerzo, espectáculo, efectividad, equipo) debían convertirse en realidad.
La disciplina, la entrega, la labor de equipo, la compenetración y el compañerismo fueron haciendo acto de presencia. Los díscolos, los poco comprometidos, los pusilánimes, fueron apartados del equipo, aunque su fama fuera desorbitada. El nuevo entrenador contó con todo el apoyo de la directiva en los reconocimientos y en las sanciones a los jugadores. Un club con prestigio (todavía la marca más reconocida de España) conseguiría, a través de los resultados en Liga y Champions, vender camisetas en la aldea global, y no al revés.
El presidente escribió un plan de acción con tres objetivos prioritarios ligados a los valores culturales del Madrid, a la política de selección y desarrollo, a evitar intromisiones favoreciendo a los mimados de la plantilla. Y, perseverante como es, llevó hasta las últimas consecuencias lo que se había propuesto (su coach hizo de Pepito Grillo sistemáticamente, preguntándole con frecuencia sobre el grado de cumplimiento de sus compromisos, reforzándole aquellos avances en el cambio cultural).
Cuentan que el FC Barcelona, a pesar de la lesión de Xavi, siguió jugando de maravilla y obteniendo grandes resultados y que el Real Madrid, actuando sobre las causas profundas, remontó el vuelo. Ambos se enfrentaron en la final de la Champions League de 2006, uno de los mejores encuentros que se recuerdan.
De momento, esto sólo es un cuento de navidad.