Triunfalistas de la catástrofe
El Partido Popular de Mariano Rajoy parece adherido al proceder que el almirante Luis Carrero Blanco reprochaba a los 'triunfalistas de la catástrofe', siempre anclados en gozarse a propósito de cualquier desastre que pudiera sobrevenir al régimen.
Ahora tenemos otro régimen, o mejor carecemos de lo que en propiedad entendíamos por régimen, y estamos amparados por la Constitución de 1978, donde se establece la monarquía parlamentaria y se proclaman las libertades cívicas. Pero 27 años después se olvida la historia de éxito de la transición española, modelo admirado en todo el mundo, para volver a los antagonismos cainitas, a las discordias y al odio de nuestra peor y repetida historia.
El público, como tantas veces, parece inclinado de nuevo al abismo. Las encuestas de opinión parecen acompañar los excesos de la delantera del Partido Popular formada por la tripleta Federico-José María-Mariano, es decir Jiménez Losantos-Aznar-Rajoy, al mismo tiempo que penaliza el talante del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Se diría que vuelve a confirmarse, como repetía José Bergamín a propósito de los toros, que lo popular es siempre minoritario. O que, como sostiene un alto magistrado, resulta muy difícil que los desfavorecidos, siempre mayoría social, voten en las urnas o se pronuncien en las encuestas a favor de la izquierda.
Falta un estudio solvente de esa patología tan española, vale decir también catalana, que lleva a la exaltación de los desastres
Cunde, impulsado por las ondas hertzianas de los obispos, un entusiasmo contagioso, el mismo que acompañaba aquellas noticias sobre las dificultades de la extinguida peseta en el sistema monetario europeo, cuando los periodistas al micrófono daban cuenta la inminencia de una devaluación con la misma pasión cooperativa añadida a la narración de las mejores ocasiones de gol en el 'carrusel deportivo'. Claro que, sin salir del ámbito futbolístico, sería también interesante indagar la actual propensión del prócer del Real Madrid, Florentino Pérez, que se ha sumado al accionariado de Libertad Digital como si quisiera sostener la versión digital de los denostados 'ultrasur' ahora que el público del estadio Santiago Bernabéu grita ¡fuera! a los del palco. ¿Será que no ha querido dejar sólo en esa aventura a su competidor en la presidencia del club Arturo Baldasano, que ya es miembro del Consejo de ese pasquín disponible en Internet?
En todo caso, falta un estudio solvente de esa patología tan española, vale decir también catalana, que lleva a la exaltación de los desastres. Ahí está el culto al noventa y ocho o la celebración anual de la Diada en Barcelona ahora con los mossos d' esquadra remedando actitudes militares. Pero, entre tanto, convendría prevenir a sus cultivadores de ahora mismo sobre el punto de saturación a partir del cual se desencadenan efectos contrarios a los perseguidos. Es lo que don Carlos Clausewitz formuló bajo el concepto de 'punto culminante'. Decía nuestro autor que la explotación de una ventaja tiene un punto culminante, sobrepasado el cual se invierten los resultados. Así sucede también cuando las dosis de cualquier específico se incrementan indefinidamente y sus efectos benéficos pasan a ser letales. En términos farmacológicos cabría decir que no hay venenos, sólo hay dosis venenosas.
Esta es, en definitiva, la cuestión que deberían considerar con urgencia los directivos del PP cuando se reúnan en sesión en la sede central de la calle Génova y nuestros pastores en sus asambleas de la calle Añastro. ¿Hasta dónde conviene aumentar la dosis sin generar efectos contraproducentes a los que se buscan? ¿Se puede acusar indefinidamente al rival socialista, utilizando sin tasa mentiras, incluso cuando han dejado de ser verosímiles? ¿Es posible volver a ambientar un clima como el logrado entre 1993 y 1996 aunque falten el GAL, Luis Roldán y el gobernador Mariano Rubio? ¿Se cumplirán los versos del poeta José Ángel Valente, según los cuales 'lo peor es creer que se tiene razón por haberla tenido'?