Unas reflexiones heréticas sobre los Presupuestos
El proyecto de Presupuestos para 2006 incide en impulsar la productividad como medio para corregir el deterioro de la competitividad, según el autor. Sin embargo, incluye una orientación expansiva que en su opinión es una apuesta peligrosa en una economía con desequilibrios externos e internos
Uno de los puntos en que los Presupuestos para 2006 ponen acertadamente el acento es en acrecentar la productividad de la economía como medio para corregir el grave deterioro de la competitividad, clave de su futuro. La gravedad del problema lo muestra una sola cifra: su crecimiento en el segundo trimestre de este año era de sólo el 0,2% anual y eso gracias a que sorprendentemente en los servicios crecía al 1%, es decir el triple que en la industria, algo verdaderamente insólito. Pero lo preocupante es que la inversión en equipo tenía en los últimos tres años un crecimiento real de casi un 20%. Esta aparente incongruencia puede indicar que las inversiones no iban dirigidas a los sectores más productivos, como la industria.
Era natural que para poner remedio a esta penuria productiva los Presupuestos asignasen un aumento del 31% al gasto en I+D. Sin embargo, hay que tener presente que es casi imposible establecer a priori una correspondencia entre una innovación específica y la investigación que la ha hecho posible, ni cuánto tiempo va a mediar entre ambas. Además, no basta con el esfuerzo en la investigación. Hace falta también una política económica que flexibilice y apoye el funcionamiento de los mercados y facilite el cambio estructural, creando un entorno empresarial que incite la aplicación del fruto de la investigación.
Aunque en España no hay elecciones generales en el corto plazo, los Presupuestos parecen claramente condicionados políticamente. Están encerrados en una lógica de corto plazo para mantener una frágil mayoría parlamentaria. Pero al olvidarse de que las próximas elecciones están más cerca de lo que parece, los autores del proyecto presupuestario no se percatan de que al darles (¿a regañadientes?) una orientación claramente expansiva están haciendo una apuesta peligrosa por las consecuencias nefastas que pudieran tener.
En efecto, a una economía presa de importantes y progresivos desequilibrios externos e internos, que además ha empezado a sufrir las presiones inflacionistas indirectas asociadas a la carestía del petróleo, lo peor que se puede hacer es estimularla por partida doble: con el continuado laxismo monetario creado por el BCE al fijar un tipo de interés que en España es negativo en términos reales, y con una política presupuestaria también expansiva, pues el superávit del 0,2% del PIB fijado para las Administraciones públicas en 2006 queda lejos del que exigiría un potencial netamente inferior al crecimiento previsto (3,3%). Además esa postura expansiva inicial va camino de acentuarse en el trámite parlamentario y con las ayudas económicas que se están concediendo para contrarrestar la carestía del petróleo.
Este cuadro expansivo que se está fraguando va a facilitar considerablemente la segunda ronda de los mayores precios del petróleo habidos y por venir probablemente el próximo año y puede ser el preludio de una espiral precios/salarios. Hay pues que contar con un aumento de los precios al consumo en 2006 significativamente mayor que el 2% previsto, con el consiguiente deterioro de la competitividad. Esto permite presagiar un crecimiento en 2006 bastante menor que el 3,3% esperado, como consecuencia de la erosión de la renta real de las familias y sobre todo del mayor efecto contractivo del sector exterior.
El déficit corriente, que ya en 2005 podría acercarse, de continuar su tendencia, al récord histórico del 9% del PIB, va a registrar inevitablemente en 2006 un nuevo deterioro, pues al alcanzar un nivel tan elevado se hace prácticamente incontrolable. Aun suponiendo, contrariamente a lo que cabe esperar, que el aumento en 2006 de las exportaciones e importaciones va a ser algo mayor y bastante menor respectivamente que en 2005, el déficit casi alcanzaría el 10% del PIB.
Huelga decir que de continuar, este elevado déficit acabaría asfixiando la economía, incluso si la desmesurada absorción de ahorro exterior que supone se destinase a la inversión productiva. Pero lo preocupante es que desde 2003 España está viviendo por encima de sus posibilidades, pues el aumento del déficit en casi el 2% del PIB en 2004 sirvió para financiar el mayor aumento del consumo y de la construcción de viviendas, que en ese año representaron más del 80% del de la demanda interna.
El hecho de que la economía pueda incurrir impunemente en estos enormes déficit, impensable antes del euro, la está llevando a una huida hacia adelante. Parece como si sus gestores estuviesen inspirados en la doctrina de Mr. Micawber, el extravagante personaje dickensiano, que siempre esperaba que 'something will turn up (los hados se hagan favorables)' y resuelvan sus continuas crisis financieras domésticas. Es decir, que el simple transcurrir del tiempo pueda resolver los problemas, pero ya se sabe cómo terminaban las vicisitudes de tan curioso personaje.
El euro, que después de pasar el examen mastriquiano debía ser una garantía de virtud macroeconómica, está actuando como un antipirético que baja la fiebre pero no cura la infección. Es más, al atenuar las señales de alarma inmediata que obligaría al Gobierno a tomar severas medidas de ajuste, el euro no evita las consecuencias negativas en el medio plazo y crea las condiciones de una crisis más profunda que hará más larga y dolorosa su curación.