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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Es el turno de Turquía

La Unión Europea debe dar hoy a Turquía la histórica oportunidad de demostrar su vocación política de pertenecer a un club democrático, laico y respetuoso con los derechos humanos. Más allá del irresoluble debate sobre la identidad cultural y geográfica del gran país musulmán, hoy puede iniciarse en Luxemburgo la cuenta atrás de un proceso que transformará de manera radical tanto al país candidato como a la organización comunitaria.

Si las negociaciones entre ambas partes conducen a la integración, Turquía aumentará en 72 millones de habitantes la población de la UE, pero sólo añadirá un 3% al PIB del club actual. La renta per cápita del aspirante sólo alcanza el 30% de la media comunitaria, lo cual ilustra la dimensión del trasvase de fondos e inversiones necesario para equilibrar la situación económica de las dos partes.

Pero el desafío de la integración será mayor, si cabe, en el terreno político. Los 25 ministros de Asuntos Exteriores de la UE deben dar hoy el pistoletazo de salida a las negociaciones a sabiendas de que una gran parte de la opinión pública de sus países está en contra. También el Gobierno de Recep Tayip Erdogan se precipita en una fuga hacia delante, acuciado por la creciente resistencia al proyecto entre las capas más nacionalistas o religiosas de la población.

El reciente naufragio de la Constitución europea en las urnas francesas y holandesas ha dejado claro que la construcción por vía diplomática de la UE no es fácil. Turquía deberá ganarse un sitio en Europa no sólo en la mesa de negociaciones, sino también en las calles de Estambul y París, en los valles de Baviera y en la costa de Anatolia. Francia ya ha anunciado su intención de someter a referéndum las futuras ampliaciones de la UE, una espada de Damocles forjada expresamente para pender sobre la candidatura turca que también sostienen los conservadores alemanes. Ankara tiene de una larga década por delante para convencer a la opinión pública europea de que sus temores son infundados. Y para evitar que sus propios ciudadanos se revuelvan contra la integración en Europa.

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