China despertó, el mundo tiembla
La crisis textil de este verano es la punta del iceberg de la amenaza de la economía china para el conjunto de las economías occidentales. Según el autor, se trata sólo del prólogo en una lucha desigual por las peculiaridades del modelo jurídico, político y económico chino
Hace dos siglos que Napoleón hizo su pronóstico: 'Cuando China despierte, el mundo temblará', una frase que en los años setenta utilizó Alain Peyrefitte para dar título a su ensayo sobre el gigante asiático.
La denominada crisis textil de este verano no es sino la punta del iceberg de la amenaza que representa la economía china para el conjunto de las economías occidentales. Por tanto, la invasión este verano de las fronteras occidentales por camisetas y pantalones chinos, su bloqueo en las aduanas, las negociaciones y el acuerdo final, constituyen solo un pequeño prólogo de la historia que está por llegar.
Desde que China orilló el discurso teórico de las 'mil flores' que fomentaba el Gran Timonel y optó por la praxis del 'gato blanco, gato negro ' que encandiló a Felipe González, su economía se desencorsetó, comenzando a liberar sus enormes potencialidades.
Así, se liberalizaron precios, se eliminaron monopolios estatales y se admitió la iniciativa empresarial privada. Con ello, se propició el dinamismo suficiente para cambiar las estructuras económicas, reducir el sector primario y expandir el sector industrial, que ya se acerca al 40% de la economía china. Se autorizó la realización de inversiones extranjeras en el país, lo que lo ha llevado a ser actualmente el mayor receptor mundial de inversión exterior. Se apostó por la apertura de su economía, especialmente el comercio, y hoy sus importaciones y exportaciones representan ya el 50% de su PIB.
En conjunto, la modernización económica ha llevado a China a disfrutar de un crecimiento intenso y sostenido -25 años de aumento del PIB a una tasa media superior al 9%-, hasta convertirse en la sexta potencia económica del mundo y conseguir que la renta per cápita de su población se haya quintuplicado en 20 años.
Con todo, lo que convierte a la economía china en una amenaza no son los resultados alcanzados, sino el enorme recorrido del que dispone para mejorarlos. En esa línea, 1.300 millones de consumidores, cuya renta viene aumentando a un fuerte ritmo auguran una vigorosa demanda interna para el futuro. La existencia de un enorme excedente de mano de obra en el sector primario -se cifra en más de 150 millones de trabajadores- en trance de engrosar las filas de la industria, presagian un aumento en la productividad de dicha fuerza de trabajo y de la producción industrial de China. Además, sus bajos costes laborales le hacen ser ferozmente competitiva frente a los productos fabricados en Occidente.
Así las cosas, podría pensarse que el peligro chino radica en aquellos productos intensivos en mano de obra, como ocurre en el ejemplo de la crisis textil. No es el caso, su de inversión en I+D unida a las transferencias de tecnología obtenidas de las empresas exteriores ubicadas en el país, anticipan que la feroz competitividad de los productos chinos se va a extender a aquéllos que incorporan procesos productivos más tecnificados y que aportan mayor valor añadido. Es conocida la supuesta anécdota en la que el presidente de una compañía norteamericana transnacional espeta a sus directivos: '¡No vuelvan a proponerme fabricar un producto que los chinos sean capaces de copiar!'.
Pero la amenaza no se explica tan sólo por las razones económicas expuestas hasta ahora. Hay factores jurídico-políticos que contribuyen significativamente a su dimensión.
Puedo relatar una experiencia personal al respecto. Siendo Director de la Agencia Tributaria y con ocasión de un encuentro bilateral entre las Administraciones tributarias china y española, le pregunté al responsable de la delegación china por el volumen del fraude fiscal en su país. Me respondió que era insignificante, 'las ejecuciones de defraudadores son muy esporádicas'. No cabe duda, al castigar con pena de muerte la defraudación fiscal en China no existe fraude, y consecuentemente tampoco existen el conjunto de problemas que hemos de afrontar el resto de países: pérdida de recaudación impositiva, distorsiones en el funcionamiento de la economía, costes de la Administración responsable de combatirlo
Evidentemente, las peculiaridades del modelo jurídico político chino determinan la existencia de muchas y significativas diferencias con los países de nuestro entorno. El régimen de partido único evita las inestabilidades propias que los procesos electorales y los subsiguientes cambios de Gobierno generan en los países democráticos; la ausencia de libertades evita la presión sindical y sus efectos alcistas en los costes; el sistema deja a los ciudadanos inertes frente al Estado, que puede planificar el crecimiento de la población limitando el número de hijos por matrimonio, o decretar de manera sumarísima las expropiaciones necesarias para construir cualquier infraestructura, sea pantano, aeropuerto o carretera.
En definitiva, todo lo expuesto configura un escenario de lucha absolutamente desigual entre la economía china y el conjunto de economías del resto de países desarrollados. El progresivo aumento de esta desigualdad y de los productos afectados por la misma exigirá, antes o después, la adopción de medidas drásticas. Hoy, el sentido de las mismas nos es todavía desconocido.