No nos lo podemos permitir
Casi la mitad de los españoles considera que la mujer debería dejar el mercado laboral tras la maternidad. La autora discrepa de tales posiciones y subraya el papel básico de las mujeres no sólo en el mercado de trabajo, sino en la sociedad del conocimiento, pues en ellas se está acumulando el capital humano de la sociedad española
Según un reciente estudio del Instituto de la Mujer, el 45% de los españoles cree que la mujer debería dejar el trabajo tras la maternidad. Esta afirmación me deja varias dudas sin resolver: Al decir 'españoles' ¿se refieren a hombres? Al decir 'dejar' ¿se refieren al abandono definitivo? Al decir 'trabajo' ¿se refieren a todo el trabajo o sólo al asalariado o remunerado? Y la más importante: ¿se le ha preguntado a ese 45% cómo piensan pagar la hipoteca? Pero siempre hay que ser optimista. También podríamos leer: el 55% de los españoles creen que la mujer no debe abandonar el trabajo tras la maternidad. ¡Algo es algo!
Pero la realidad es que no nos podemos permitir que las mujeres abandonen el mercado laboral tras la maternidad. No nos lo podemos permitir a nivel global: a las mujeres se las necesita como creadoras de riqueza, no por ser mujeres sino porque la fuerza laboral masculina es insuficiente para mantener las tasas de crecimiento económico necesarias para nuestro Estado del Bienestar, pensiones incluidas. No nos lo podemos permitir a nivel familiar: la formación de nuevos hogares, con nuestro precarizado mercado laboral (con la tasa de temporalidad más alta de la UE) junto con unos precios de la vivienda fuera de toda medida, necesita contar con el doble sueldo de la pareja. No nos lo podemos permitir como Sociedad del Conocimiento: hoy en día son las chicas quienes, mayoritariamente, consiguen acabar sus estudios universitarios y licenciarse; en las mujeres se está acumulando el capital humano de nuestra sociedad y su falta de uso no puede calificarse más que de ineficiente, especialmente cuando en la UE estamos construyendo la Sociedad del Conocimiento. Sin ese capital humano, nuestro país será uno de los furgones de cola de ese tren.
Pero, hoy por hoy, parecemos condenados a vivir en un círculo vicioso, que ya denunciábamos en el Informe Ranstad sobre Políticas de Conciliación, elaborado por el Instituto de Estudios Laborales de Esade el pasado año. En ese círculo vicioso, las mujeres jóvenes son vistas por los empleadores como madres en potencia, por ello sus promociones se retrasan y sus responsabilidades se estancan; la frustración y el no cumplimiento de las expectativas favorecen que, ante la maternidad, sean más proclives a dejar transitoriamente el mercado laboral. Ese abandono, a su vez, ocasiona que la acumulación de experiencia profesional se resienta.
Además, aunque la mujer se reincorporara sin dilación, tras la baja maternal, los empleadores no confiarán el ella de la misma forma que en un hombre. Creerán que no estará dispuesta a viajar o a alargar la jornada laboral. Tanto por un lado como por el otro, las promociones van a seguir retardándose, los salarios separándose de los masculinos y las mujeres desencantándose con respecto a su futuro profesional.
Considero que el fallo radica en no plantearnos la natalidad como sociedad, sino como individuos. Nuestros niños (permítanme el posesivo) son un bien público, necesarios para construir un futuro colectivo. Los particulares aportamos nuestro grano de arena a mantener un nivel aceptable de natalidad. En primer lugar, las parejas que deciden tener hijos, valientemente en un entorno marcado por la precariedad laboral y los altos costes de la vivienda. En segundo lugar, las parejas que no tienen hijos, pero que con sus impuestos ayudan a financiar varias piezas complementarias y fundamentales, entre ellas el sistema educativo. En tercer, lugar las empresas, que colaboran con su aportación al sistema de bajas por maternidad (aunque con otro tipo de cultura empresarial más igualitaria aún podrían mejorar posiciones).
¿Qué nos falta? Mucho más apoyo por parte de las instituciones -no sirve con tener una vicepresidenta del Gobierno, también hacen falta guarderías- y, por supuesto, un cambio profundo en nuestra forma de pensar y de actuar que nos acerque al siglo XXI, un siglo en el que no debería estar mal visto que, el día en el que el niño tiene fiebre, sea el papá quien se quede en casa a cuidarlo porque la mamá tiene una reunión importante en el trabajo, o simplemente porque sí.