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Tribuna
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Terrorismo islamista: ¿qué estamos haciendo mal?

Tras los trágicos acontecimientos del 7 de julio londinense y tras la cantidad de debates, análisis e interpretaciones de toda índole ofreciendo soluciones, se plantea una seria duda. ¿Dónde debemos incidir para lograr avanzar en este escurridizo y complicado campo del terrorismo islamista? Desde mi punto de vista hay una serie de factores estructurales que dificultan enormemente el enfrentamiento con este conflicto desde una perspectiva que permita ofrecer soluciones de fondo.

En primer lugar, la solución del conflicto se enmarca dentro de unos parámetros desconocidos hasta este momento. La estructura de Al Qaeda no facilita la confrontación directa. La organización dispersa y descentralizada, construida en torno a una red de franquicias de agentes y durmientes, cohesionados a través de un liderazgo carismático-visionario, de raíz teológica y con una perspectiva de lucha hasta el fin sin un marco temporal establecido, hace bastante difícil ofrecer una respuesta al conflicto desde un único frente policial o militar (aunque sea una de las soluciones más publicitadas).

En segundo lugar, y algo más preocupante, la solución pasa por encontrar una salida a la crisis del pensamiento en Occidente. Todo el peso de la filosofía y la estructura del pensamiento occidental generan un bloqueo ante la no resolución inmediata de problemas que afectan a nuestras sociedades. El racionalismo cientificista, el individualismo, el utilitarismo, el positivismo, etcétera, hacen que en nuestro entendimiento de los problemas apliquemos estructuras de pensamiento causa-efecto que provocan respuestas rápidas a las cuestiones y que generan resultados inmediatos a corto plazo. Dentro de este esquema el problema del terrorismo islamista radical a escala internacional genera una crisis epistemológica profunda, que nos empuja a cambiar el enfoque para poder dar una solución integral de fondo. El problema no es específico sino global, no radica solamente en desmantelar e inutilizar las redes terroristas, sino en alcanzar el núcleo que las sostiene. Para ello, desde un punto de vista occidental, es necesario trabajar con las sociedades musulmanas, colaborando en sus procesos democratizadores pero desde un acercamiento moral a su visión del mundo. El objetivo es la reconciliación histórica y la construcción de unas clases medias emprendedoras asentadas en los principios y valores de la democracia que priven del caldo de cultivo básico a los terroristas (el odio acumulado, la experiencia dictatorial, la tortura y el sentimiento de ser los denigrados y los aplastados por la maquinaria occidental).

Por ello, y en tercer lugar, no es positivo hablar en términos de contraposición de valores, como hizo Blair. El hecho de sugerir que los valores democráticos los tiene y los mantiene Occidente, y que vamos a luchar frente a una civilización islámica carente de esa concepción del mundo, sitúa el conflicto en una posición estructural gano-pierdes que no conduce a una posible salida del problema y, a su vez, equivale a identificar a los terroristas con todos los musulmanes, lo que provoca, de nuevo, en la población musulmana la sensación de polarización, de desplazamiento hacia posiciones antioccidentales y de seguir asociando la idea de democracia al concepto de hegemonía y dominio político occidental. Es necesario, pues, separar las críticas de las políticas estadounidenses o europeas de los valores democratizadores y ayudar en la creación de un concepto de democracia útil y válido para los países musulmanes que fundamente el avance de estructuras políticas democráticas y reste espacio político a los movimientos radicales.

Esta búsqueda de la islamización de la democracia y el desarrollo de un corpus filosófico-político sobre las democracias musulmanas sería un gran paso adelante en el desmantelamiento de las redes terroristas. Su principal obstáculo es un proceso lento y conlleva un enorme esfuerzo, sin que a corto plazo se puedan apreciar resultados tangibles que tranquilicen a la opinión pública.

Un último tema de enorme trascendencia dentro del marco epistemológico analizado y que ha de hacernos reflexionar profundamente se refiere al desequilibrio entre el grado de desarrollo de los avances tecnológicos (la razón técnico-científica) y el grado de desarrollo de la conciencia humana. Esto conlleva que individuos con un escaso nivel de desarrollo de la conciencia puedan acceder a material de tecnología extremadamente avanzada y con unas capacidades destructivas ilimitadas. Por ello, otro frente abierto para luchar contra el terrorismo, que no sería visualmente vendible a corto plazo, es la inversión en estas sociedades (y también en Occidente) en el desarrollo de la conciencia humana, la educación y la profundización en el aprendizaje, no ya para emparejarlo con el razonamiento científico técnico (éste lleva siglos de adelanto) sino para ser más conscientes de las implicaciones de nuestros actos.

Vemos, pues, que desde una perspectiva occidental, para aportar realmente una solución de fondo a este problema complejo es necesario un cambio de enfoque y de mentalidad en algunas de las estructuras que forman parte de nuestro acervo cultural y que es posible que estén limitando nuestra compresión del problema y la búsqueda adecuada de soluciones que ataquen al núcleo y no se queden en la superficie de la cuestión.

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