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Tribuna
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Terrorismo y aldea global

A escasas horas de la masacre provocada en Londres por el terrorismo -presumiblemente- islamista, el sentimiento colectivo conjuga la indignación y el dolor con la sensación de indefensión. Hace 60 años que concluyó la II Guerra Mundial, se inició y extendió la andadura de la construcción europea (combinando democracia política e integración entre países), se extinguieron las dictaduras del Cono Sur latinoamericano y las europeas del socialismo real, se generalizaron los modelos de integración económica regional, y se hizo realidad la teoría de la aldea global. Sin embargo la opinión pública constata que, junto a sus fortalezas, la nueva organización del mundo incorpora una gran debilidad: allana el camino siniestro del terrorismo.

Si la democracia y la supresión de barreras al movimiento de personas facilitan la movilidad de los terroristas y sus apoyos, la globalización económica amplifica los efectos de sus atentados. Como versión macabra del efecto mariposa, a los cuatro años del 11-S los ciudadanos sufrimos incomodidades y restricciones en los desplazamientos, las compañías aéreas han visto crecer sus costes para aumentar la seguridad, el comercio internacional ha sufrido un impasse, los países democráticos agudizan sus diferencias frente al integrismo musulmán, y la economía mundial camina ralentizada.

Para un economicista, el nuevo escenario mundial incorpora como externalidades negativas los rendimientos en economía de escala a favor del terrorismo, y un beneficio marginal decreciente para las políticas antiterroristas, pues cada avance o intento de avance contra el terror se enfrenta a enormes costes económicos, sociales, políticos y diplomáticos.

En este contexto, no es aleatoria la elección de Londres como marco para la matanza. Se unen motivos políticos -la firmeza del Gobierno Blair ante el terrorismo islamista-, y económicos -la City es uno de los centros de las finanzas mundiales (además de anfitrión de la reunión del G-8)-.

Desgraciadamente esta salvajada conseguirá sus objetivos. Más allá de la rápida caída de los mercados, la economía mundial sufrirá otro impacto negativo y la desmoralización de la población subirá un grado más.

Los líderes tienen que liderar el mundo, y pasadas las primeras declaraciones trabajar seriamente en solucionar el problema. Hacerlo con seriedad implica unanimidad, pues la experiencia revela que buscar simultáneamente soluciones distintas -e incompatibles- no resuelve el problema. Muy al contrario, contribuye a agravarlo.

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