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Tribuna
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La innovación, una oportunidad para Europa

Europa deberá inventarse a sí misma si quiere evitar ser fulminada y devorada por China e India', dice Jerome C. Glenn, coautor del informe Estado del Futuro y director del proyecto Millennium en el Consejo de la Universidad de las Naciones Unidas.

Mientras EE UU y Japón lideran la base tecnológica, la producción se reubica hacia países asiáticos como China, atraída por unas mejores condiciones. Al mismo tiempo, el proceso de construcción de Europa continúa no sin grandes sobresaltos, como el reciente rechazo de franceses y holandeses a su propuesta de Constitución, o el posterior anuncio de Reino Unido del aplazamiento indefinido de la consulta. Los políticos y la población en general contemplan con preocupación la aparente 'falta de engrase' del mecanismo europeo.

El peso y bagaje históricos y el capital humano de Europa son sus principales activos de cara a una economía que se configura, cada vez más, alrededor del conocimiento. En este espacio, Europa podría ser el líder mundial de una auténtica nueva economía, con tan sólo escuchar las voces que, desde dentro, claman por una legislación más racional en lo tocante a la innovación.

Hoy se está debatiendo en las instituciones políticas europeas una directiva que pretende legalizar las patentes de programas de ordenador. A pesar del rechazo absoluto de la comunidad científica, investigadora, de la base europea de empresas del sector informático, de programadores y analistas de profesión, de estudiantes y profesores de informática, y en general de toda la comunidad de afectados en Europa por la introducción de la ley, las instituciones europeas no la rechazan.

La directiva en cuestión sólo favorece a la Oficina de Patentes, a los titulares de grandes carteras de las mismas, en su mayoría multinacionales de EE UU, y a alguna gran empresa europea. Por el contrario, su efecto sería devastador para el gran tejido de empresas europeas de desarrollo de software, impediría la formación de nuevas start-ups, propiciaría la creación de monopolios de facto, elevaría los precios a los consumidores, desequilibraría la balanza comercial a favor de EE UU y Japón, y, sobre todo, dejaría fuera de juego a los profesionales y empresas del sector. Todo ese capital de conocimiento e investigación, así como la capacidad de innovación, desaparecería o emigraría a zonas más favorables, como Asia o África, con las consiguientes pérdidas económicas y de empleo.

La directiva que se debate se aplica a programas de ordenador, que, según la directiva, podrán ser patentados (hasta ahora no lo son).

El problema es que los programas de ordenador, como las obras de creación, resultan de la combinación de ideas previamente existentes, como sucede al escribir un libro o una sinfonía. Si se elimina la posibilidad de incorporar una gran cantidad de esas ideas, por estar patentadas, en la práctica se elimina la posibilidad de programar, de escribir, de componer. Este tipo de obras ya está regulado hoy por otro mecanismo que no presenta los inconvenientes de las patentes: el copyright.

Mientras tanto, el proceso que ha seguido esta ley en Bruselas ha sido, cuanto menos, rocambolesco. Mañana, el Parlamento Europeo debe votar una vez más, pero esta vez es necesaria una gran mayoría para sacar adelante una directiva diferente en la que se impida la patentabilidad de los programas de ordenador, como desean los europeos. Los parlamentarios, entre ellos los españoles, tienen la oportunidad de enmendar la directiva de las patentes de programas de ordenador mañana, en sesión plenaria.

Mientras los políticos se llevan las manos a la cabeza con los resultados de las últimas consultas sobre la Constitución, los ciudadanos europeos hacemos lo mismo cuando comprobamos con impotencia cómo las instituciones democráticas no nos escuchan y nos vuelven la espalda.

Al mismo tiempo, todos contemplamos con optimismo y esperanza esta oportunidad, la oportunidad de Europa de ganar a sus ciudadanos, de recuperar su confianza; la oportunidad de liderar globalmente la innovación, desde su identidad y avanzando firme y sin complejos en la sociedad del conocimiento, dando una lección magistral a la historia y convirtiéndose, otra vez, en el centro motor de las ideas.

Reinventándose a sí misma, como sugiere Glenn, innovando en la ley para propiciar la innovación en la sociedad, rechazando la patentabilidad de los programas de ordenador, permitiendo así la libre competencia y deshaciéndose de servidumbres, y, en definitiva, recuperando efectivamente los valores de libertad e igualdad, para la industria y para los ciudadanos. Volviendo a ser Europa.

Presidente de la Fundación Conocimiento Libre

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