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Tribuna
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Reforzar las políticas nacionales

El proyecto europeo actual, inmerso en una huida hacia delante durante los últimos 12 años, parece haber llegado al final de la escapada: la ampliación desmedida, el Tratado para la Constitución europea, el estancamiento económico y los mensajes constantes de cercenamiento de las políticas sociales, han formado un explosivo de alta potencia, que una parte significativa de los ciudadanos europeos ha lanzado contra unas élites políticas y funcionariales que habían olvidado las inquietudes de aquellos.

Con la llegada de Tony Blair a la presidencia de turno de la UE, sería sugerente aprovechar su liderazgo refrescante para preservar las políticas comunes que permitan el mantenimiento de la zona de librecambio europea y, en lo restante, que cada país asuma sus responsabilidades nacionales para atender las demandas de los ciudadanos.

Para quienes hemos creído que el proyecto de unión política de Europa era, como mínimo, prematuro no es ninguna sorpresa lo sucedido. El fracaso se intuía desde que los responsables públicos europeos, con algunas reservas provenientes del Reino Unido y países como Dinamarca y Suecia, se embarcaron en Maastricht en una carrera hacia la unión, que suponía en realidad la creación de una superestructura política frágil y un tanto despótica, impuesta encima de lo que en verdad tenía cierta consistencia: el mercado común europeo. Ya entonces hubo gran controversia y quedó clara la insatisfacción creciente de importantes sectores de la ciudadanía europea. No obstante, la mayoría de los gobernantes hicieron oídos sordos a las protestas y siguieron adelante con la promesa, claramente vana, de que estaban construyendo algo parecido al Jardín del Edén. Pero éste se empeñaba en no aparecer y cada vez resultaba más difícil buscar excusas para justificar el retraso de la felicidad. Empieza ahora el proceso de los reproches mutuos, como se ha puesto de manifiesto en la pasada cumbre de Bruselas.

Las acusaciones de insolidaridad o de falta de compromiso vertidas contra aquellos socios de la Unión, como l Reino Unido, Holanda y Suecia, que no desean la continuación de un estado de cosas que podría poner en peligro la propia unión monetaria, no es de recibo. Es, en mi opinión, una demostración de miopía de líderes políticamente muy desacreditados que se resisten a abandonar la escena, como es el caso de Jacques Chirac y del propio canciller alemán, Gerhard Schröder. Por eso conviene desengancharse de esa dinámica y volver la vista hacia el propio interés nacional, dejando que las aguas turbias de Bruselas recuperen algún día la claridad.

Se quiera reconocer o no, el proyecto de unión política plasmado en el modelo del Tratado para la Constitución Europea puede darse por cancelado. El período de reflexión anunciado junto a la negación de la revisión del tratado es un expediente que resulta patético y que puede estimular, aún más si cabe, la rebeldía ciudadana en futuras consultas electorales.

Es el tiempo de las políticas cercanas, abandonando ensoñaciones inmaduras, cuya ejecución y cumplimiento serán la mejor medicina para devolver la confianza en el poder público, permitiendo el mantenimiento del mercado común europeo y de la propia unión monetaria en la medida en que ambos, sobre todo el primero, recuperen la capacidad de generación de bienestar económico y social que justificaron su creación.

Para España, afectada de lleno y negativamente por una crisis no prevista por el Gobierno, resulta doblemente necesario recuperar su papel en la política europea, así como el discurso del interés nacional, generando confianza para afrontar los tiempos de confusión que se avecinan en las mejores condiciones posibles. A tal fin, nuestra política exterior debería marcar distancias con París y Berlín, girando con habilidad hacia el Atlántico, y en política interna convendría reforzar el mantenimiento de la demanda interna para conservar las tasas de crecimiento actual y hacer así más llevadera la pérdida de fondos provenientes de la UE.

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