Un diplomático en el Elíseo
Dominique de Villepin quizá intuyó su futuro político cuando, el pasado 17 de abril, en plena campaña por el Si a la Constitución europea, hizo una repentina llamada a 'una política más voluntarista, más audaz, más solidaria'. O quizá sólo fuera una de sus exuberantes muestras de ímpetu, que sus detractores reprochan y sus aliados temen. Su ahora principal rival político, Nicolas Sarkozy, dijo de él durante la misma campaña que 'sólo pueden hablar en nombre de Francia quienes saben lo que es el sufragio universal'.
Sin conocerlo, este brillante diplomático, parte de la élite francesa que la opinión pública ya no entiende, se ha hecho con el ambiciado puesto apoyado por su relación de confianza con el presidente Chirac. El mismo dirigente que decidió mantenerlo en el Gobierno pese a un fatal error de cálculo al aconsejarle disolver la Asamblea Nacional en 1997. Aquello significó la victoria de la izquierda y la cohabitación más larga de la V República. Del puesto que desde hoy ocupa, Dominique de Villepin diría, 'es un torbellino sin altos ni bajos', el Elíseo, sin embargo, 'es la torre más alta de la República, donde uno queda entre los vientos del tiempo'.
Enigmáticas sentencias poéticas como esta, frecuentes en el verbo lírico del antiguo ministro de Exteriores, desespera a muchos, los mismos que dicen que su condición de enarca, educado entre los algodones de la alta burguesía francesa en el extranjero, está lejos de comprender al electorado.
Admirador de Napoleón, a quien cita a menudo, él soñaba desde hacía meses con este reto. Sobre él escribió 'Los Cien días o el espíritu del sacrificio', un libro elogiado por la crítica. Su breve paso por el Ministerio del Interior, donde aterrizó en 2004 tras una frenética actividad en la diplomacia gala, le habría puesto en contacto con los franceses, aunque su sitio siempre ha estado en las altas esferas. Su encendido discurso ante la Asamblea de Naciones Unidas en febrero de 2003 contra el ataque a Irak, dejó el recuerdo de un determinado político y devolvió el brillo a la diplomacia gala. Apasionado y autoritario, buen gestor de crisis y gran comunicador, según sus defensores, sus dotes de estratega deberán servirle ahora en la batalla que comienza ante la grave crisis de confianza que sufre Francia. 'La política debe ser el gran resorte de la tragedia moderna'. La cita de Napoléon, que Villepin a menudo recoge, quizá le sirva para no frenar el movimiento, que parece que una bloqueada Francia tanto necesita.
La designación de Nicolas Sarkozy como 'número dos' del Gobierno proyecta en el horizonte una 'tragedia moderna' en los dos próximos años, un potencialmente explosivo duelo en el poder, una especie de Gobierno bicéfalo.
Sarkozy llegará enarbolando como bandera su 'libertad de acción y de palabra'. Pero ese sería el precio que ha pagado Chirac, según la prensa francesa, para firmar una especie de paz armada con Sarkozy, que considera al también ambicioso Villepin como un obstáculo en su camino para las Presidenciales de 2007.
Su oposición a la guerra de Irak ante la ONU devolvió el brillo a la diplomacia gala