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Columna
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Correlación y causalidad

Carlos Sebastián

Es frecuente el recurso a una correlación histórica entre dos variables para justificar una opinión o, incluso, para legitimar una acción política. Algunas veces las correlaciones son espurias, pero cuando no lo son pueden ser la consecuencia de una causalidad diferente de la que se pretende o, en el mejor de los casos, de una causalidad bidireccional.

Recientemente hemos leído sobre el atraso relativo que España tiene en la incorporación de la mujer al mundo económico e, incluso, hemos oído al presidente del Gobierno afirmar que, como es un hecho que los países más avanzados (económica y políticamente) tienen un alto grado de incorporación de la mujer a puestos directivos, es urgente acelerar ese proceso de incorporación (presumiblemente para acelerar nuestro desarrollo).

El estado de desarrollo económico y político está altamente correlacionado con diferentes aspectos de la realidad institucional y resulta que España aparece atrasada en muchos de ellos, no sólo en la escasa presencia femenina en puestos de responsabilidad. Y es probable que se pueda establecer una dirección causal bastante clara entre algunos de esos aspectos en los que España está atrasada y el desarrollo económico. Pero no en todos la dirección causal está igualmente bien establecida.

Repasemos algunos. En el área de la educación, España aún tiene, pese a los avances de los últimos 25 años, una tasa de educación secundaria relativamente baja (puesto 26 de 30 países de la OCDE) y se encuentra en el puesto 22 de entre 26 países en el indicador PISA sobre calidad de conocimientos de estudiantes de secundaria.

En los indicadores agregados de buen gobierno que estima D. Kaufmann para el Banco Mundial, a partir de diferentes fuentes, España ocupa el puesto 32 tanto en el grado de cumplimiento de leyes y contratos como en la calidad del marco regulatorio, y el puesto 22, empatado con el 23 y el 24, en el control de la corrupción (en términos de renta per cápita España ocupa el puesto 27 del ranking mundial).

Del informe sobre competitividad global que realiza el World Economic Forum (WEF) a partir de encuestas a empresarios del todo el mundo, de entre 104 países España ocupa el puesto 50 en calidad de la justicia; el 48 en el peso que representa la Administración central sobre las decisiones empresariales; el 59 en el peso de las Administraciones territoriales; el 47 en la eficiencia del marco legal; el 36 en favoritismo en las decisiones gubernamentales; el 34 en pagos irregulares en la contratación con el sector público; el 39 en pagos irregulares en la prestación de servicios.

Por otra parte, según las mismas encuestas del WEF, España está en el puesto 51 en calidad de los centros científicos de investigación, en el puesto 52 en la capacidad de absorber nuevas tecnologías a nivel de empresas y en el puesto 41 en gastos de la empresas en I+D.

Sobre la relación entre educación y desarrollo económico hay bastante debate. Los estudios econométricos no son nada concluyentes al respecto. España, por ejemplo, es uno de los países de la OCDE en los que se ha producido un mayor avance en la cantidad de educación secundaria en los últimos 20 años (pese a su actual retraso) y, sin embargo, es el país de la organización (excepto México) en el que la productividad menos ha aumentado en ese periodo.

Sí parece, en cambio, que la calidad de la educación (la calidad de sus resultados) es una causa relevante del desarrollo. Pero esa calidad está relacionada con los otros aspectos mencionados más arriba en los que España se encuentra retrasada: los factores que reflejan un buen funcionamiento institucional (una buena Administración, unas regulaciones eficientes, unos sanos usos sociales, etc.) que incentivan comportamientos altamente profesionales e innovadores. Pero esos factores, además de ser el reflejo de una sociedad en la que con toda probabilidad la educación tendrá una calidad alta, inciden directamente en la productividad total. Es aquí donde la dirección de la causalidad me parece bastante clara.

Otras correlaciones, como la de la incorporación de la mujer a puestos directivos, reflejan probablemente una causalidad inversa, bidireccional en el mejor de los casos: los países que han alcanzado un sistema económico eficiente y una sociedad civil potente han avanzado en la igualdad de género en los puestos de más responsabilidad. Para que no se me entienda mal, en una compañía en la que soy presidente y accionista el máximo ejecutivo es, a propuesta mía, una mujer.

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