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Tribuna
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Los fondos europeos, una necesidad global

Al ampliarse a 25 países, la Unión Europea se enfrenta a una nuevo reto; nuevo pero no desconocido. Cuando en 1986 España se incorpora a la Unión Europea la situación de desequilibro económico y social existía y las diferencias de cohesión eran importantes. España, Portugal, Grecia, Irlanda, por ejemplo, tenían unas condiciones socioeconómicas muy lejanas de las que podían tener Francia, Alemania o Luxemburgo. Sin embargo, todos, los países más desarrollados y los menos desarrollados entendieron que la cohesión social era un elemento fundamental para el desarrollo conjunto y global de la Unión. Los Fondos Europeos actuaron positivamente en dos direcciones. En primer lugar actuaron como caja de recursos que permitió actuar sobre los problemas estructurales de los países menos desarrollados (infraestructuras, formación, desarrollo de la estructura empresarial, telecomunicaciones...) y por otro lado actuaron como elemento fijador de las políticas de estos países. Así, la distribución de estos fondos al desarrollo de las infraestructuras evitaba que cada país dedicara sus recursos a otros objetivos. El conjunto de la labor ha sido una convergencia general de todos los países generando una sociedad más cohesionada que ha permitido a los ciudadanos de los países menos desarrollados alcanzar una calidad de vida mucho mejor en cuanto a los servicios, y ha ampliado y consolidado el mercado que ha permitido a los países desarrollados seguir creciendo y desarrollándose.

Ahora nos encontramos ante un fenómeno contradictorio. Por un lado la ampliación a nuevos países abre un período de solidaridad similar al anterior, en el que los países más desarrollados deben aportar, en beneficio de todos, fondos que garanticen la cohesión de todos los países y los ciudadanos. Pero por otra parte nos encontramos en un momento de la economía mundial lleno de incertidumbres, marcado por conceptos como la deslocalización. Este hecho, la deslocalización, está provocando una desconfianza entre los países más desarrollados hacia aquellos que se acaban de incorporar. Pero esta actitud no demuestra más que una cortedad de miras, una incapacidad para atisbar el futuro y anticiparse a las necesidades de la sociedad de dentro de unos años. Países como España fueron los receptores de nuevas empresas que se instalaban aquí huyendo de los salarios altos y de las condiciones sindicales de países como Alemania o Francia. Intentar ahora criticar esa misma actitud es, por lo menos, una postura egoísta e insolidaria en aquellos que han recibido la solidaridad de los demás.

Uno de los grandes valores, si no el más grande, de la Unión Europea es la defensa de lo que hemos dado en llamar el Estado del Bienestar. Ese principio, que nos diferencia de otras sociedades avanzadas económicamente, es nuestra seña de identidad y Europa no puede renunciar a ella. Por lo tanto, es necesario que la Unión Europa mantenga los fondos europeos dirigidos a favorecer la cohesión y que los países miembros entiendan que la aportación de estos recursos son un instrumento para garantizar su futuro desarrollo, pero sin caer en el error de pensar que las mismas estructuras industriales y empresariales del siglo XX van a servir en la nueva sociedad. Los países desarrollados deben afrontar el reto de entender hacia dónde camina la nueva sociedad, buscar nuevos horizontes de desarrollo, de negocio, de servicios y apostar por ellos decididamente.

En España, como ahora en el Este, se instalaron empresas que huían de los altos salarios de Alemania o Francia

Extremadura, como España, ha avanzado espectacularmente en los últimos 20 años gracias a los fondos europeos. 12.000 empleos creados y mantenidos, 2.000 empresas creadas, cerca de 1.000 kilómetros nuevos o acondicionados de carreteras, actuaciones sobre el medio ambiente, sobre los servicios sanitarios, cerca de 90.000 extremeños formados y acciones importantes en materia de I+D+i, medio ambiente y recursos hídricos; elementos todos ellos indispensables para que una sociedad se desarrolle con cohesión y con capacidad para mirar al futuro.

En estos momentos la Unión Europea tiene dos retos importantes: fomentar la cohesión entre los países miembros sin olvidar la defensa del Estado del Bienestar y desarrollar unas nuevas estructuras económicas que garanticen el desarrollo de todo el conjunto. Estoy convencido de que la Vieja Europa sabrá encontrar el camino adecuado en esta encrucijada en que nos encontramos.

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