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Tribuna
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De la industria al servicio

Muchos profesionales involucrados en el sector auxiliar del automóvil estamos asistiendo, participando y, como no, sufriendo los efectos de la deslocalización.

Esta tendencia, aparentemente irreversible, se acentuará si no somos capaces de ofrecer a nuestros clientes, los fabricantes de automóviles, una propuesta de valor nueva. No tendré la osadía de plantearla como una solución a los problemas de la deslocalización industrial pero si me atrevo a sugerir algunas ideas que creo pueden ser, por lo menos, útiles.

No podemos seguir centrándonos exclusivamente en ser un país de centros de producción de alta calidad, fiabilidad de entregas y coste reducido. Estos atributos se han convertido en condiciones sine qua non, en commodities fácilmente transferibles a países de más bajo coste.

Hay que cambiar el foco del trabajo en el automóvil, desde lo industrial a un concepto de mayor servicio

La nueva propuesta tiene que estar cimentada en un replanteamiento estratégico que modifique nuestras cadenas de valor para cambiar el foco de las operaciones, pasando de lo meramente industrial a un concepto de mayor servicio.

Afortunadamente, no todo son malas noticias y el proceso ha comenzado. Hace algún tiempo que nuestros clientes han iniciado una migración de lo industrial hacia el servicio de la siguiente manera. Al principio, en la industria del automóvil en serie, se podía elegir cualquier tipo de coche con tal de que fuera un Ford Modelo T de color negro. Las marcas de automóviles diseñaban y fabricaban hasta los tornillos que montaban los vehículos. Su filosofía podría resumirse en libertad individual de movimiento a precio asequible. La producción era el eslabón más importante de la cadena de valor ya que ofrecía la capacidad de reducir costes aprovechando las economías de escala de una producción en serie. El cliente tenía escaso poder negociador, luego los otros eslabones de la cadena carecían de importancia para el cliente.

Este valor, como es habitual en todos los productos, fue cambiando con el ciclo de vida del mismo. El Toyota Production System (TPS) puso unos valores nuevos en el mercado en vigor desde los años 80 hasta entrados los 90 que se podrían describir como Coches baratos de buena calidad.

La industria fue evolucionando de tal forma que hoy, la compra de un vehículo está precedida por un estudio minucioso de catálogos enciclopédicos en los que tenemos a nuestra disposición una oferta casi mareante de posibilidades de individualizar nuestro nuevo vehículo. Esta situación mucho más compleja se podría describir también de forma más sofisticada: 'El coche que quiero, con el que me identifico, al mejor precio, con calidad infalible hasta que lo cambie y con una financiación o modo de compra a medida'. Ya no podemos hablar solamente de un producto sino que conlleva implícito un servicio.

De esta forma y coincidiendo con la idea de la industria del automóvil como servicio podemos afirmar con cierta seguridad que el valor que percibe el usuario está sustentado por las actividades de marketing y diseño estético del coche. Para convencerlo de la diferenciación de una marca sobre otra, de sus bondades adicionales, ha sido imprescindible una fuerte inversión en la imagen de marca de los vehículos. En este capítulo, el coste medio de la inversión por unidad de vehículo vendido ha subido aproximadamente de 500/coche en 1985 a los 3000 de hoy en día.

Al mismo tiempo y con el objetivo de mantener los costes bajos, los fabricantes han ido compartiendo y/o delegando de manera muy controlada la responsabilidad de diseño y fabricación de los componentes en sus proveedores ya que éstos no aportan una diferenciación apreciable, en definitiva que nos son claves en su cadena de valor. Hemos de asumir que esta tendencia continuará pero supondrán unas oportunidades para los proveedores que sepan aprovecharlo.

Si en sus inicios primaba la producción, tras la introducción del TPS (Toyota Production System) ésta seguía siéndolo pero combinada con la gestión de compras y la cadena de suministro. Una vez que estas disciplinas se convirtieron en commodities, entró la lógica de coste bajo (impulsada entre otros por López de Arriortúa) donde el foco de la cadena de valor se puso sobre las compras.

Esta paulatina delegación de responsabilidades no hace más que abrir grandes oportunidades de ofrecer un servicio individualizado hacia los clientes. Este servicio de ingeniería se sustenta sobre procesos de valor añadido más difícilmente transferibles o deslocalizables. Tiene que existir un conocimiento específico de las necesidades técnicas de cada cliente, de su filosofía o visión, de su modus operandi así como una confianza por parte del mismo en los procesos de gestión de proyectos y capacidades técnicas del proveedor.

Estos atributos, basados en la confianza y en una colaboración a largo plazo, son más difícilmente reproducibles, en definitiva aportan un valor que hace más complicada su deslocalización.

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