Empieza la feria
Empieza la feria taurina de San Isidro con un abono que va de modo ininterrumpido del 11 de mayo al 3 de junio, durante los cuales se lidiarán 18 corridas de toros, dos de rejones y tres novilladas con picadores. Se estrena Chopera como empresario de la plaza de Las Ventas, después de los años señoreados por los hermanos Lozano siempre acompañados en la cuadrilla por Lalo Azcona y Fernando Fernández Tapias, Fefé para entendernos. Saldrán por la puerta de toriles, bajo el abono del decano del colegio notarial, José Aristónico, 138 astados, sin contar los que deban aparecer como sobreros por devolución al corral de los anunciados. Cada tarde a las siete harán el paseíllo tres espadas, pero la nómina completa de los que figuran en los carteles no llega a 46 porque algunos repiten en dos o tres oportunidades.
Los festejos se celebrarán casi sin excepción con el aforo de 22.000 localidades al completo, apenas podrá verse el cemento que dicen los castas, porque la proporción de entradas a la venta respecto de las comprometidas de antemano en los abonos es muy reducida. El abonado, que se siente rodeado de la envidia de los desposeídos aspirantes como los privilegiados, sabe bien que en cuanto desistiera de retirar con diligente anticipación y pago previo sus entradas quedaría inmediatamente descatalogado para siempre de esa lista para ser arrojado a las tinieblas exteriores donde se hacen horas de colas inútiles ante las taquillas y se oyen las ofertas de los reventas, entre los que se dan las gentes más distinguidas pero también los más despiadados.
La feria taurina de San Isidro es la clave de la temporada. Una vuelta al ruedo en Madrid, y no digamos una oreja o una salida a hombros por la puerta grande, puede multiplicar los contratos si el apoderado del diestro sabe moverse y lo mismo sucede con las ganaderías. San Isidro marca tendencias, encumbra o despeña a los toreros, hace subir o bajar sus honorarios. Les hace vivir la gloria o les cierra la entrada al paraíso de las figuras, que nunca llegan a serlo sin pasar la reválida en el ruedo de Las Ventas. Faltan ahora mismo algunos datos para cifrar los dineros que se mueven, por ejemplo, en San Isidro pero puede asegurarse que la retransmisión de las corridas ha disparado la facturación como sucede con el fútbol. (Por cierto, qué contraste entre la épica narrativa de los periodistas, en especial los periodistas radiofónicos, durante un partido de fútbol donde nadie se juega la vida y el tono apagado y calmo de quienes cuentan por las ondas las corridas).
En todo caso, más allá de las dimensiones económicas del negocio, los toros en estas ocasiones de postín han vuelto a cobrar la prestancia social que perdieron en los primeros años de la transición, cuando cundió una cierta vergüenza asociada a la politización que el anterior régimen había impreso a los toros con las corridas patrióticas, de la Victoria o de la Liberación.
Así que curados de esas gravitaciones por unos días las barreras, el callejón y el bar situado junto a las puerta del tendido uno reúnen la guapura y las gentes del dinero para ofrecer el espectáculo de ser vistos. Nada tienen que envidiar al palco del Real Madrid en los días de copa de Europa o al Teatro Real cuando se estrena una gran ópera. Por eso, las grandes empresas se garantizan la presencia de sus directivos atentos a los contactos que después pueden fructificar en contratos suculentos en la línea cinematográfica descrita por Berlanga cuando La escopeta nacional.
Distingue Rafael Sánchez Ferlosio en su libro Las Semanas del Jardín (Ediciones Nostromo. Madrid, 1974) al comparar los espectáculos en un primer plano entre los de acción, como la competición deportiva, y los de exhibición, como los toros, el circo, el teatro y el cine. Luego traza otra división en un segundo plano entre los que constituyen un acontecimiento, como la competición deportiva y los toros de un lado y los que en absoluto responden a ese carácter, es decir, los que no son acontecimiento, como el circo, el teatro y el cine. Por último, en un tercer plano separa los acontecimientos de no ficción, como la competición deportiva, los toros y el circo, de aquellos otros que acampan en el territorio de los acontecimientos de ficción, a saber, el teatro y el cine. En definitiva, el feed-back que el torero, dice nuestro autor, tiene que reabsorber para la construcción de sus figuras, son movimientos y no de una variable meramente activa, como podría ser el viento, sino de una variable dotada de intencionalidad aunque susceptible al engaño. Continuará.