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Columna
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El error Berlusconi

Se trata del error Berlusconi, es decir de Berlusconi mismo como un error, más que de abordar un error concreto en la trayectoria política del que en Italia llaman il Cavalieri, siempre en el umbral de las penitenciarías mientras se ejercita en el trapecio de la política. Algo así como El error Berenguer, bajo cuyo título José Ortega y Gasset, nuestro máximo filósofo, escribió uno de sus más celebrados artículos, que sirvió de pórtico a otro todavía más definitivo, el de Delenda est Monarquía, de oportuno en el aniversario de la proclamación de la II República Española,

Una proclamación, con todos asomados al balcón principal de la Puerta del Sol, ocurrido tras la derrota en las elecciones municipales apenas dos días antes de los candidatos monárquicos que se presentaban en las más importantes capitales de provincia. Aquellos orígenes de tanta efervescencia como pleno apoyo popular -magistralmente narrados por Josep Pla en su libro Madrid, el advenimiento de la República- transcurrieron, sin embargo, ajenos al procedimiento y ese déficit estuvo siempre gravitando sobre el nuevo régimen y cuestionando su legitimidad de origen. Por eso a la muerte de Franco se tuvo en cuenta el escarmiento y se prefirió huir de las impaciencias para caminar con sacrificio de la Ley a la Ley pasando por la Ley evitando el tránsito por arenas movedizas.

Pero volvamos a Berlusconi, dispuesto a enseñarnos cómo llegar al poder y alcanzar así el blindaje absoluto para todos los desmanes utilizados en la construcción de su imperio económico y mediático. Durante algunos años parecía que el éxito de su apuesta actuaría de disolvente de todas las objeciones y que acabaría instalado en el club de los primeros ministros libre de las objeciones que sus abusos suscitaban. Primaba el respeto al éxito, el por algo será. El recuerdo negativo de sus predecesores. El cántico a la eficiencia. La exhibición de datos cuidadosamente seleccionados para componer un panorama sin discusión presentado en unos medios de información que se acomodaban a vivir como servicio doméstico del poderoso. La disidencia quedaba reducida a la marginalidad y se coloreaba intencionadamente del color de la impotencia. Eran gentes de mueca verde que, como hubiera dicho el inolvidable Aznar, labraban su rencor por las esquinas.

De nada valía que una y otra vez los tribunales le reclamaran por las ilegalidades y sobornos a la Guardia Fiscal y a tutti quanti en sus operaciones inmobiliarias y en la trayectoria de Mediaset. Tampoco el incumplimiento de sus promesas de separar su acción de Gobierno de sus intereses empresariales. Ni su apoderamiento de los medios de propiedad pública para sumarlos al coro de sus domésticos. Ni su atrevimiento contra los otros poderes del Estado, ni sus alianzas con fascistas de abolengo, ni sus amistades peligrosas con las mafias, ni sus excentricidades en el Parlamento Europeo o en Cáceres, donde hizo el signo de cornuto sobre la cabeza de nuestro ministro de Exteriores de la época, Josep Piqué.

Todo le iba saliendo gratis. Nadie reaccionaba. Aquellas preocupaciones que invadieron a la UE cuando el austriaco Haider parecía encumbrarse para nada se hicieron patentes ante la figura mucho más peligrosa de il Cavalieri.

En estos días, sin embargo, se diría que a todo Cavalieri le llega su San Martín y que como a nuestro viejo conocido Al Capone, empiezan a no salirle las cuentas.

La Unión Europea ha decidido iniciar un procedimiento sancionador a Berlusconi por haber transgredido los límites del déficit fijados. Las elecciones regionales le han descabalgado de manera abrumadora de los Gobiernos que tenía la coalición que encabeza. La propia coalición amenaza graves divisiones porque donde no hay harina todo es mohína. Se oyen gritos reclamando elecciones anticipadas. Y la prensa internacional más prestigiosa, como el Financial Times, piden salvar a Italia de la locura fiscal de Berlusconi, quien aún desearía dar otra vuelta de tuerca electoralista mediante nuevas reducciones de impuestos que agravarían la situación.

Sólo si se pusiera en manos de Cristóbal Montoro, especialista en incrementar la recaudación fiscal mediante las reducciones de impuestos, la difícil ecuación de Berlusconi podría encontrar solución. Veremos.

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