Pensiones impopulares
Hace unas semanas, el presidente George Bush estuvo en Montgomery (Alabama) para defender en un acto público su proyecto de reforma de las pensiones, uno de los objetivos de su segunda legislatura. Montgomery es una de las ciudades incluidas en una gira de 60 días para explicar la necesidad de privatizar parcialmente un sistema que, asegura, está al borde de la crisis.
A los periódicos locales no se les pasó por alto el detalle de que sólo un miembro republicano del Congreso elegido por este Estado acudió a arropar al presidente. Cuando años antes Bush se había acercado a Alabama por otros motivos, todos los representantes de su partido por esta circunscripción encontraron tiempo para estar a su lado.
La cuestión es que a diferencia de Bush, los legisladores pueden ser reelegidos más de una vez y muchos optan por quedarse al margen del cada vez más impopular asunto de la reforma para no quemar sus opciones electorales.
El último pulso que se tomó a la opinión pública se conoció el viernes con una encuesta de USA Today, Gallup y CNN. Y las cifras muestran que tras semanas de viajes presidenciales y la intervención en el debate de los pesos más pesados (Alan Greenspan, Dick Cheney y Karl Rove), solo el 37% de los americanos creen que es importante que el Congreso debata el tema. En febrero este porcentaje era del 41%.
La mayoría de los ciudadanos están en contra de la propuesta de semiprivatización que propone Bush y los encuestadores aseguran que cuanto más se conocen los derroteros de su plan (aún no está escrito y se presenta como un conjunto de ideas abiertas), menos gusta.
A decir verdad, la encuesta revela que en conjunto, Bush no es inmune a la erosión de popularidad de los segundos mandatos y sus porcentajes de aceptación están en mínimos. Ente otras cosas, por primera vez una mayoría (50% frente al 48%) cree que deliberadamente tergiversó las razones para ir a la guerra en Irak.
Los estadounidenses han arruinado la nota de Bush en estos 100 primeros días de segundo mandato, según los encuestadores, por la cuestión de Irak, los altos precios de la gasolina y su intervención en el caso Terri Schiavo.
Por lo que se refiere a las pensiones, los legisladores republicanos, entre los que tampoco hay consenso a la hora de apoyar la reforma, han hecho un cálculo de posibilidades de éxito. Por que además del sentir popular tienen en contra una sorprendentemente compacta oposición demócrata y unos informes técnicos que restan, en parte, importancia a la crisis de las pensiones mientras disparan las alarmas en cuestiones como la sanidad. El resultado a esta ecuación les está llevando a considerar una capitulación temporal para ofrecer a los demócratas (cuyo voto es necesario) una propuesta de reforma sin el epicentro del plan de Bush: las cuentas privadas de ahorro. Así, esperan que con un diálogo de mínimos haya avances.
A la vez, no quieren dar la impresión de que se echan atrás o que dejan en la estacada a Bush. Por eso insisten la temporalidad de la suspensión del debate sobre las cuentas. Lo que no quieren es una derrota como la de Arnold Schwarzenegger, gobernador de California, que el viernes cedió a la presión popular y abandonó (aunque dijo que volverá) su plan para privatizar las pensiones garantizadas por su Estado.