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Tribuna
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Borrador por una nueva Europa

La principal hipótesis del instituto de estudios Vision es que todo el proceso de Lisboa iniciado en la cumbre europea de la primavera de 2000 presenta un problema de origen tanto en estrategia como en marketing. Nunca ha estado claro qué significa en realidad el pomposo objetivo del documento de Lisboa de 'convertir a Europa en la economía más competitiva antes de 2010'. Por no mencionar las ambigüedades aún mayores en cuanto al concepto de crear una 'sociedad basada en el conocimiento'. Sin una clarificación, el proceso de Lisboa acaba siendo dominado por una lógica financiera y macroeconómica que, evidentemente, no es capaz de ganarse el corazón y la mente de los ciudadanos europeos.

Vision acaba de publicar un documento que analiza las llamadas reformas de Lisboa en los cuatro Estados de la eurozona con más habitantes (Alemania, Francia, Italia y España). Y ha emitido un diagnóstico basado en cuatro áreas principales: la liberalización de ciertos sectores, la privatización de empresas estatales, la reforma del mercado laboral, y el replanteamiento del estado del bienestar.

El análisis muestra que, en contra de lo esperado, los resultados finales de la estrategia indican un fracaso en aquellas áreas en la que los Estados miembros han estado haciendo un mayor esfuerzo por implementar las políticas recomendadas en Lisboa.

En primer lugar, las privatizaciones y la liberalización se han llevado a cabo parcialmente, con un calendario y una dirección dictada por la necesidad de generar dinero para las arcas públicas. El valor añadido de ese tipo de políticas, en cambio, debía haberse logrado mediante la búsqueda de una mejor distribución de los recursos y en un aumento del bienestar general.

En segundo lugar, los ajustes al mercado laboral y al estado del bienestar también han sido llevados a cabo bajo una lógica financiera. Vision cree que se ha ignorado la influencia de la nuevas tecnologías en el cambio de la función de producción de los servicios 'públicos'.

Pero, sobre todo, nadie a nivel europeo se ha preocupado por explicar qué queremos decir cuando hablamos de la competitividad de un determinado sistema económico.

La competitividad nacional puede, en efecto, definirse ampliamente como:

1. La mayor capacidad de un sistema para conseguir unos resultados económicos mejores respecto a otros sistemas (medido en términos de exportaciones, por ejemplo). 2. La mayor apertura del sistema en relación con la competencia exterior (bien en términos de menos barreras a las importaciones de una mayor inversión directa extranjera). 3. El mayor nivel de movilidad dentro del sistema, con la posibilidad de que se pueda desafiar la posición en el sistema de las operadores dominantes.

Alguien puede argumentar que la historia de la aplicación de Lisboa y algunos de los recientes debates, como el provocado por la oferta de un banco español para adquirir acciones en bancos italianos, indica que la políticas europeas tienden a dar más importancia a la primera de las prioridades mencionadas más arriba, mientras que podemos decir que el tercer criterio es la verdadera prueba de fuego que debe superar una economía para hacerse más competitiva.

Vision cree que la estrategia de Lisboa necesita convertirse en una idea global que abarque un cambio social más amplio y profundo. El lenguaje y los números de la OCDE o de los principales economistas no es inteligible para nadie aparte de unos cuantos reformistas. Para ganar, necesitamos hacer que la tendencia reformista sea más popular y transcendente para las opiniones públicas y las necesidades de los ciudadanos.

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