Terrorismo, una variable instalada en el escenario
Desde que el atentado contra una base estadounidense en Arabia Saudí causara 19 muertos en 1996, el terrorismo de Al Qaeda ha sembrado el mundo de dolor, con millares de víctimas mortales y de heridos. Además, cada una de sus acciones ha tenido un impacto económico directo, representado por los daños materiales, e indirecto, en forma de generación de incertidumbre y cambios en la priorización del gasto. El golpe que más ha afectado a la economía mundial (además de ser el más sangriento hasta la fecha, con 2.981 muertos) fue el de los atentados en Estados Unidos, el 11 de septiembre de 2001. Las consecuencias económicas de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid no fueron comparables, ni siquiera a nivel local, aunque es cierto que contribuyeron a reafirmar la sensación de vulnerabilidad de los países desarrollados.
El 11-S supuso un coste directo de 60.000 millones de euros sólo en daños materiales, sin contar las indemnizaciones de los seguros de vida de cientos de trabajadores de cuello blanco. Pero el mayor impacto fue indirecto. En EE UU había ya signos de agotamiento del proceso expansivo, tras el estallido de la burbuja tecnológica un año antes. El 11-S aceleró un proceso de ralentización que ya estaba en marcha, algo que no estaba sucediendo en España hace un año. También hubo entonces un incremento del riesgo percibido. A raíz del 11-S, la aseguradora de crédito Coface llegó a reclasificar a Estados Unidos en términos de riesgo de impago, desde el mejor nivel (A1, el que tiene España) hasta el siguiente, A2, por el fuerte incremento de insolvencias empresariales. Xavier Denecker, su director para el sur de Europa, cree que el impacto psicológico de los atentados no acabó de diluirse hasta 2003. Nada de eso, en términos económicos, ha sucedido en España
Emilio Ontiveros cree que la actuación de las autoridades influyó negativamente tras el 11-S: 'El Gobierno escenificó y dramatizó las consecuencias económicas de los atentados, cerrando durante cinco días los mercados de bonos y acciones e inyectando dinero a las compañías aéreas'. Lorenzo Piñeyro, secretario general de Aon Gil y Carvajal, coincide con este diagnóstico, y observa que la mayor inseguridad percibida hizo que la gente invirtiese menos, o lo hiciese en bienes más seguros, como los inmuebles.
No es descartable que la Administración Bush quisiera ahondar la sensación de inseguridad en la población para justificar sus programas militares. De hecho, el 11-S supuso un refuerzo de las posiciones de los neo-cons en el Gobierno, que impusieron sus planes sin ninguna objeción del poder legislativo. 'Los atentados permitieron un incremento de gasto militar y en seguridad no visto desde el segundo mandato de Ronald Reagan', recuerda Ontiveros. Ese aumento de gasto público (solución keynesiana a la crisis, contraria al liberalismo pregonado) es el responsable de casi dos tercios del actual déficit presupuestario del país, que a su vez ha conllevado, junto con el agujero comercial, la fuerte depreciación del dólar de los últimos meses.
En economía no hay sucesos independientes, sino impactos mayores o menores. La atonía generada por el 11-S en el consumo y la inversión estadounidenses terminó por afectar al resto del mundo. Países como Alemania, cuya economía depende en gran medida de la exportación, han sufrido hasta la recesión las consecuencias de una menor demanda en el mercado más fuerte del mundo. Un efecto, por cierto, coadyuvado por la depreciación del dólar.
Los atentados de Nueva York abrieron una nueva época política (basada en la doctrina de la superpotencia llamada 'guerra contra el terrorismo') y también económica: además de su efectos sobre los intercambios comerciales, el petróleo o las políticas del gasto, en las decisiones de los agentes económicos ya está interiorizada la posibilidad de que sucedan nuevos ataques.