Por suerte o por desgracia
Con razón nos alertaba don Antonio Machado sobre la necesidad de pararse a distinguir las voces de los ecos. Hay razón de más para seguir esa recomendación, ahora que George W. Bush ha sido reelegido presidente de los Estados Unidos y empieza la andadura de su segundo mandato en la Casa Blanca.
Sucede que en esta materia las voces proceden de la propia América, con sus premios Nobel de Economía, como Robert Samuelson, y ocupan una banda de oscilación que incluye desde el halago más rendido hasta la crítica más acerba. Mientras que los ecos, reflejados ahora mismo en la meseta donde se condensa el macizo de la raza, parecen ajenos a toda veleidad progresista.
A los apologetas de Bush les son de plena aplicación los conceptos definidos por Jorge Wagensberg en su libro La rebelión de las formas (Tusquets Editores, Barcelona 2005) sobre lo inerte y lo vivo. Para Wagensberg lo inerte se caracteriza por resistir la incertidumbre de su entorno para estar en su realidad. De manera que esa capacidad es la estabilidad que se adquiere por selección fundamental. De ahí que la resistencia sea la primera forma de rebelión contra la incertidumbre, la estrategia más fundamental para seguir estando.
Aquí seguimos sin saber por qué algunos prodigan tanta adhesión a Bush como hombre de principios
A diferencia de lo anterior, lo vivo, además de resistir la incertidumbre, la modifica. Y es en esa capacidad de modificación, que se adquiere por selección natural y que hace posible la adaptabilidad y la evolución, donde radica la segunda forma de rebelión contra la incertidumbre, es decir, la estrategia más natural para seguir viviendo.
Si leemos a Samuelson, 'Bush se la juega en la economía' porque el presidente de los Estados Unidos necesita que el ritmo de su política económica funcione durante el segundo mandato, aunque para ello deberá enfrentarse a riesgos como la escalada del petróleo, el dólar, el precio del dinero o el relevo de Greenspan.
Los riesgos que añade Bush con sus políticas de multiplicación de los gastos militares, de recortes impositivos a las grandes fortunas y de déficit fiscal continuado quedan todavía mejor dibujados en otros columnistas prestigiosos, como Paul Krugman, alarmados ante la desconfianza que semejante proceder está sembrando en los mercados.
Pero muy distinto es el caso de nuestro Pedro Schwartz, quien para nada se arredra y por eso en una tercerita de Abc ha resumido de modo laudatorio el programa comprometido de Bush, definido como hombre de principios, diciendo que se propone la extensión de la democracia, la firmeza frente a los enemigos de la civilización, la reducción del tamaño del Estado y la individualización de las pensiones públicas.
En resumen, como titula su columna el profesor arriba citado, por suerte nos queda Bush. Una expresión unidireccional que contrasta con aquella de 'por suerte o por desgracia no sé leer ni escribir', a la que se acogía en Cubas de la Sagra Atanasio Barrigüete, El Cano, cuando tenía que responder ante notario. Aún recuerdo su voz y su porte investidos de esa admirable dignidad del campesino castellano, en nada alterada por su analfabetismo. Porque, como sostenía Bergamín y ha mostrado la historia, aquellos analfabetos podían atesorar y transmitir, muchas veces, los valores más auténticos y la más depurada sabiduría vital. La misma que sintetizaba ese elector de 1932, campesino también, mencionado por Américo Castro, quien al escuchar la oferta para comprar su voto le salió por el registro de su asumida austeridad para acuñar sin saberlo una frase memorable, la de 'en mi hambre mando yo'. Una frase, capaz de seguir resonando como límite de tanto entreguismo fatalista al poder omnímodo del dinero.
El caso es que, por suerte o por desgracia, aquí seguimos sin saber por qué algunos prodigan tanto entusiasmo y tanta adhesión inquebrantable a Bush como hombre de principios, cuando el presidente de Estados Unidos se entrega a las más detestables prácticas del déficit y de la multiplicación de los gastos públicos, eso si, militares.