El tropezón de Barroso
El Parlamento Europeo se plantó ayer ante el portugués José Manuel Durão Barroso, el Gobierno eurófobo de Silvio Berlusconi y la arrogancia de unos líderes europeos que, en junio, despreciaron el clamor de los ciudadanos contra la guerra de Irak premiando al anfitrión del trío de las Azores con la presidencia de la Comisión Europea.
Incapaces de consensuar un nombre de peso, los 25 primeros ministros fueron bajando el listón hasta que por debajo sólo pasaba su homólogo portugués. El experimento reventó ayer. Y la crisis provocada por la resistencia del Parlamento Europeo a avalar el equipo de Barroso debería desembocar no sólo en el cambio de algunos jugadores, sino también del entrenador.
La decisión de Barroso de salvar su puesto no sometiendo aún su equipo al voto de confianza de los europarlamentarios difícilmente encaja en un Reglamento que sólo reconoce a la Eurocámara la potestad de aplazar la votación. El debate sobre la investidura de la Comisión trasciende los aspectos reglamentarios y abre una de las mayores e impredecibles crisis políticas de la UE. Pese a todo, esta crisis puede ser saludable si redunda en un fortalecimiento del triángulo institucional que sostiene a la Unión: la Comisión, el Parlamento y el Consejo Europeo. Barroso y sus valedores del Consejo han intentado obviar al Parlamento, única institución europea elegida por sufragio universal, y a la que el Tratado reconoce, para bien y para mal, el derecho a examinar a los aspirantes a comisarios. Y el tigre de papel parlamentario les ha mostrado su fuerza.
El presidente del Europarlamento, José Borrell, planteó en su día la posibilidad de que cada país ofreciese al presidente de la Comisión una terna de nombres para elegir al comisario o comisaria que le corresponda. Aquella propuesta, rechazada por los Gobiernos, habría dado ahora a Barroso la oportunidad de prescindir de un personaje tan polémico como Rocco Buttiglione. Pero no prosperó.
Sin embargo, buena parte del conflicto ha sido generado por el propio Barroso, al reservar para el italiano la importante cartera de Justicia, Libertades y Seguridad. Buttiglione encrespó a buena parte del Parlamento con su particular visión de las relaciones personales en una UE que considera la tolerancia y el respeto como valores fundamentales. Y Barroso avivó la crisis al ignorar el malestar parlamentario.
Los eurodiputados han defendido sus prerrogativas, reconocidas por el Tratado de la UE, sin ceder al chantaje que pretende atribuir toda crítica a tesis antieuropeístas. Ayer ganó la Europa parlamentaria, democrática y transparente. Perdió la anacrónica maquinaria burocrática que se empeña en someter la agenda política a componendas de pasillo y acuerdos que se presentan a la opinión pública como inexorables.
Las próximas campañas para la ratificación de la Constitución Europea, que mañana firman en Roma los 25 líderes de la UE, sólo pueden beneficiarse de debates políticos paneuropeos como el que ha provocado, involuntariamente, Buttiglione. A Barroso le corresponde ahora volver a montar el rompecabezas de su Comisión. Si no es capaz de encajar las 25 piezas, tarea crecientemente difícil en esta Unión ampliada, debe dejar que lo intente otro político de más calibre.