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Tribuna
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En busca de la competitividad

Leo recientemente que España ocupa el puesto 18 en términos de competitividad entre los 21 países más industrializados, según un estudio elaborado por la Fundación Bertelsmann. Detrás de España, sólo Italia, Francia y Alemania. En los primeros lugares, Irlanda, Estados Unidos y Australia. Sin duda, una mala posición. Pero no me sorprende: es obvio que la economía española tiene un problema de competitividad.

El índice se elabora sobre dos criterios: el índice de éxito y el de actividad. El primero se define como un compendio entre varios indicadores económicos, destacando el crecimiento potencial, el empleo, desempleo y el PIB per cápita. Para el índice de actividad se tienen en cuenta todo un conjunto de medidas emprendidas para mejorar el empleo y crecimiento. Decididamente, la pobre posición de España en este ranking parece razonable. Un reto para las autoridades, que así parecen haberlo asumido en el proyecto de Presupuestos para el próximo año.

Poco tiempo más tarde observo con sorpresa como España ocupa el puesto 23 entre las economías más competitivas del mundo. En este caso se trata de un ranking elaborado por el Foro Económico Mundial, sobre tres índices: 'el nivel tecnológico, la calidad de las instituciones públicas y las condiciones macroeconómicas' (copio literalmente de la noticia publicada en una agencia de noticias). 'La situación de España es buena y estable en un entorno de economía global muy competitiva', recoge la noticia que dice el economista jefe de la Institución. Mi sorpresa es mayúscula cuando observo cómo Alemania está en el puesto 13 de la lista, Francia en el 27 e Italia en el 47. La encuesta se llevó a cabo entre 8.700 empresas de 104 países.

Cómo principales dificultades para España, el informe resalta especialmente la rigidez del mercado de trabajo. Bueno, al menos existe un factor común entre ambos estudios. Aunque sea sólo de forma implícita en el primer caso, que alude a la segmentación del mercado de trabajo y la elevada temporalidad debido a la rígida protección del despido. Por lo demás, parece que no estamos hablando del mismo tema.

¿Qué es la competitividad? Ser más competitivo vía precios es complejo. Especialmente si las comparaciones se realizan con países como los de nueva incorporación a la Unión Europea o los asiáticos, como China o la India. Sin embargo, podríamos haberlo conseguido en caso de tener una moneda propia. La devaluación de la peseta entre 1992-1993 supuso una fuerte ganancia de competitividad, como más tarde se reflejó en la mejora de la balanza exterior. Pero esto ya no es posible una vez integrados en la Unión Monetaria. Ahora la ganancia de competitividad debe llegar a través de un aumento de la inversión y llevando a cabo reformas estructurales. ¿Su materialización? Un aumento de la productividad, del valor añadido en la producción y encontrar nuevos nichos de mercado para nuestros productos. No sólo son objetivos compatibles si no que probablemente su desarrollo será simultáneo.

Aumentar la productividad es la condición necesaria para lograr ser más competitivo. Las claves, de acuerdo con el Banco Central Europeo, son: aumentar el stock de capital, la innovación, la formación del trabajo y flexibilizar las relaciones laborales.

Son casi las mismas conclusiones contenidas en la Agenda de Lisboa del año 2000 para toda el área: reformas estructurales, flexibilidad de los mercados e innovación tecnológica. Son palabras mayores, como hemos podido apreciar en los últimos años, en muchos casos con costes sociales demasiado elevados para ponerlas en práctica. Incluso en algunos casos, su aplicación a pequeña escala no ha dado los resultados deseados. Es el caso de Alemania, donde la reforma de las prestaciones de desempleo y pensiones no han llevado a una mayor actividad económica. Bien es cierto que la productividad ha aumentado, pero a costa de un mayor deterioro del mercado de trabajo.

¿Y la condición suficiente para aumentar la competitividad? En mi opinión, la confianza y credibilidad de las autoridades, tanto políticas como monetarias. Es preciso que se parta de un escenario de estabilidad que favorezca el deseado mayor dinamismo del sector privado. Al fin y al cabo, la tarea de las autoridades es propiciar un escenario creíble para que los consumidores consuman y las empresas inviertan. Esto no está ocurriendo en la zona euro, especialmente en los principales países. Y corremos el riesgo de tampoco ocurra en el futuro en España.

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