La Bolsa, cuanto más cara, mejor
La dinámica de los mercados de un tiempo a esta parte, es decir durante la etapa de la burbuja y los años posteriores, ha generado en los inversores una respuesta inversa a la que dictaría la lógica. Según la teoría económica, y según el sentido común, la compra de un bien, servicio o activo financiero es más apetecible cuanto menor sea el precio. Por eso, la demanda es más alta cuando los precios son más bajos. La Bolsa, no obstante, parece más atractiva cuanto más cara está. O al menos es lo que se deduce de los comentarios de los operadores de mercado.
Ayer, por ejemplo, nos desayunábamos con la noticia de que la gasolina está a más de un euro. La consecuencia lógica de una noticia de este tipo es un descenso en el consumo de carburante, o cuando menos una desaceleración o frenazo de éste.
Pero si el Ibex supera los, digamos, 8.500 puntos absolutamente todos los comentarios de los operadores van en la misma línea: es un hecho positivo que debería invitar al inversor a comprar más acciones. A nadie se le ocurre pensar que el mercado puede haber ido demasiado lejos y que, si no se aconsejaba comprar a 8.000 puntos, menos aún se debería hacerlo a 8.500.
Es consecuencia del creciente cortoplacismo que se ha instaurado en la Bolsa. Ya no se compran acciones de, por ejemplo, Telefónica porque se espera que suban a medio plazo, gracias a aquello del rendimiento del capital invertido vía beneficios. Hoy por hoy lo que se compra en la Bolsa son las expectativas de que otros inversores compren, sean cuales sean los precios. Y por eso las señales alcistas, que indican la disposición de otros operadores, son más importantes que los precios de lo que se está comprando.
Es un contexto a la vez fácil y difícil. Fácil porque no tiene mucho misterio seguir al rebaño. Y difícil porque esta operativa no merece la pena para los pequeños inversores, al tiempo que imposibilita o complica en gran medida los estilos de inversión tradicional.