Hispanos a las urnas
Las ideas, como quería Descartes, han de ser claras y distintas para que deriven consecuencias expansivas. Por ejemplo, del enunciado del general De Gaulle según el cual la defensa nacional de Francia debía ser francesa se dedujo con toda naturalidad que, tanto en los ámbitos convencionales como en los nucleares, París se reservaba una plena autonomía sin delegar un ápice de su ejercicio soberano en las alianzas que entonces surgían. De ahí vino la puesta en marcha de la Force de frappe, traducción visible de la decisión francesa de dotarse de un sistema propio también de disuasión nuclear, bajo exclusiva responsabilidad francesa, sin doble gatillo compartido ni con Washington ni con nadie.
Ese rabioso nacionalismo nuclear francés aquí descrito de manera muy sucinta tuvo también como efecto colateral la desincentivación de los movimientos ecologistas contrarios al empleo de ese recurso en usos militares o civiles como combustible en las centrales de producción de energía eléctrica. Es decir, otra excepción cultural muy relevante frente a lo que sucede en los países del entorno galo. A recordar las gravísimas manifestaciones de protesta sucedidas en la República Federal cuando, en respuesta al emplazamiento de los SS soviéticos, Washington acordó con Bonn el despliegue defensivo de los euromisiles -Pershing y Crusing- sobre suelo alemán pero con gatillo norteamericano.
Con disculpas a los lectores por haber iniciado estas líneas siguiendo tan tortuoso meandro francés, que iba destinado a encarecer la importancia de la dinámica que desencadenan las ideas claras y distintas, se impone sin más dilaciones entrar en la materia que pregona el título de esta columna: el voto de los hispanos en las elecciones presidenciales de noviembre, donde todos nos la jugamos según obtenga un segundo mandato Bush o acceda a la casa Blanca Kerry.
Hispánicos los hay de proclividades demócratas y republicanas, y por supuesto abstencionistas
Hagamos un reconocimiento previo a favor de Luis María Ansón. æpermil;l fue el primero que supo advertir el potencial encerrado en la progresión demográfica de la minoría hispánica de los Estados Unidos, donde todo indica que en pocos años acabará erigiéndose en la más importante desde el punto de vista numérico.
Todas estas inspiraciones sucedían en los tiempos de la presidencia de Adolfo Suárez y Luis María ya pregonaba cómo debía atenderse desde aquí a los hispánicos de forma que las elecciones norteamericanas terminaran por decidirse en La Moncloa. En la idea, clara y distinta, es decir, cartesiana, se subrogó José María Aznar, y para alentarla se preparaba el nombramiento de un embajador en misión especial para la minoría hispánica con sede en Florida bajo la sombra Jeef, el hermanísimo de Bush, a quien se ofrendarían los votos de nuestros hermanos de lengua y mestizaje para atornillar su victoria, de la que nos sobrevendrían las extraordinarias ventajas fácilmente imaginables. Por fin saldríamos como país del rincón de la historia para jugar en primera división con todos los honores y merecimientos.
El esquema sobre el papel era impecable. El único inconveniente residía en su incapacidad para resistir la prueba de la realidad.
Sucede que los hispánicos tienen muy diversa denominación de origen: cubanos, mexicanos, salvadoreños, puertorriqueños y vaya usted a saber. Además su gravitación en absoluto es hacia Madrid sino hacia las capitales de sus países de procedencia y tampoco aflora por parte alguna que su comportamiento electoral pueda orquestarse de manera homogénea. Entre los hispánicos se ha comprobado que los hay de proclividades demócratas y republicanas y por supuesto abstencionistas, que es lo que más se estila por esos pagos. Así que con estos elementos dispersos iba a ser muy difícil comparecer ante el vencedor para intentar cobrar la factura de la dispersión. Otra cosa es que además The New York Times venga pronosticando un claro sesgo de nuestros hermanos de la hispanidad hacia Kerry. Así que como FAES no se ponga enseguida las pilas, los propósitos de Ánsar de decidir el inquilino de la Casa Blanca pueden quedar reducidos a cenizas. Veremos.