El difícil equilibrio de Mario Monti
El comisario europeo de Competencia, Mario Monti, mantiene estos días su enésimo pulso con un Gobierno de la UE para evitar que una empresa europea se beneficie de ayudas susceptibles de distorsionar el mercado. Esta vez se trata de Francia y el grupo Alstom. Pero los protagonistas, quizá, son lo de menos. Lo alarmante es que una y otra vez los Ejecutivos europeos cedan ante unas empresas que sobreviven a base de inyecciones públicas, sin someterse a una terapia que garantice su viabilidad.
La presión a las autoridades suele ser proporcional a la plantilla del grupo, un rehén que en Alstom equivale a 118.000 puestos de trabajo (2.778 en España). Y el botín suele tragarse miles de millones de euros del erario público (casi 2.000 millones en el caso de Alstom). Hace bien Monti en exigir al Gobierno de Jacques Chirac que busque socios industriales para el grupo como condición imprescindible para autorizar la ayuda. Y en exigirlo por escrito, con plazos concretos, a la vista del antecedente de Bull, que aún no ha devuelto al Ejecutivo francés un préstamo de 450 millones.
La solución 'nacional' que Francia busca para Alstom se basa en una concepción previa al mercado único creado en 1992. La Unión demanda desde entonces grupos de dimensión europea, pero Bruselas no ha impedido que nazcan gigantes como Airbus, EADS, Carrefour, Total o KLM-Air France. Lo que amenaza a Alstom es el empecinamiento de París en excluir a otros grupos europeos de la racionalización de los sectores en que opera (energético y de transportes).
La traumática experiencia francesa debe servir al Gobierno español como acicate para buscar una solución a largo plazo para los astilleros públicos de Izar. Subsidios ilegales como los concedidos por el anterior Ejecutivo sólo sirven para aplazar el problema. Y la cirugía final es mucho más invasiva que la prevención.