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Tribuna
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Innovación en la política de I+D+i

Necesitan innovación las políticas de I+D+i? No aburriré al paciente lector con la incógnita de lo que realmente piensa el autor del artículo, pues la respuesta es muy clara: sí, sí; sí necesitan ser adaptadas las políticas de I+D+i a la realidad actual.

Por el contrario, creo que sí vale la pena intentar explicar, aunque tome un poco de tiempo, las razones por las que creo que es necesario un cambio en las políticas, formas y actitudes.

La investigación, el desarrollo y la innovación requieren y utilizan recursos que deben ser forzosamente optimizados, y esta optimización requiere concentración de esfuerzos inversores -es mejor un proyecto de un millón de que mil de mil-, concentración de instalaciones y de experiencias -cuanto más trabaja un equipo más conoce, más aprende y más útiles, valiosos y reconocidos son sus avances- y una orientación objetiva hacia lo que se necesita o puede ser demandado por la sociedad, sean ciudadanos o empresas.

La observación de la aplicación de los puntos antes indicados en nuestra realidad española nos muestra una dispersión de proyectos y centros tecnológicos que, dedicándose a objetivos parecidos, duplican o triplican infraestructuras de forma ineficazmente repetitiva, dividen las experiencias, tienen poca carga de trabajo y tienen escasa conexión con la realidad de las necesidades de nuestra industria. Al mismo tiempo, y en el ámbito de las empresas, la externalización de procesos de I+D+i, que con el objeto de optimizar inversiones en activos, mejorar resultados y reducir riesgos realizan los grandes grupos de esa Europa tan próxima y de forma natural en centros tecnológicos y universidades, es aquí rechazada por la pequeña y mediana industria, aunque quizás por no haber sido esta externalización explicada o promovida suficientemente.

No olvidemos que esa pequeña y mediana industria es, por su tamaño y capacidad inversora limitada, la más interesada en la externalización y reforzamiento externo, siendo además, como es, la base del tejido industrial de nuestro país y a la que deberemos reforzar tecnológicamente si deseamos mantener y anclar -aquí donde vivimos y de donde somos- capacidades de decisión, valor añadido y empleos.

Pero toda crítica, si no desea ser tan sólo un lamento, debe apuntar posibles caminos alternativos a emprender, y en este caso lo vamos a intentar, para lo cual proponemos como vía de actuación la unión de centros tecnológicos y universidades en plataformas comerciales y de inversión conjuntas repartiéndose trabajos, inversiones y especializaciones, y planteando una imagen común de oferta tecnológica prestigiada y amplia, ¿o es que no es evidente que establecer una marca, ya sea de país (made in Germany) o como grupo, es una inestimable ayuda en la venta de conceptos de alto valor añadido como la tecnología? También proponemos como posibles acciones la aportación de tecnología de innovación a las pequeñas y medianas empresas a través de una red de centros tecnológicos implementados y expertos en sectores industriales de actividad que a partir de un conocimiento profundo del sector y de las tecnologías punteras aporten mejoras de innovación, con una retribución acorde a resultados y que podría iniciarse a costes marginales -los costes de las instalaciones y de su estructura son fijos- y por tanto, a valores más que aceptables, producto de una mayor utilización de las instalaciones.

¿Y todo eso es soñar? Indudablemente no, las soluciones que el autor apunta no son más que el resultado de mirar a proyectos ya en marcha, como Tecnalia en el País Vasco, las asociaciones comerciales y de apoyo al sector del automóvil por parte del CTAG en Galicia o los planes de apoyo a la innovación de la Generalitat catalana, entre otros que, aunque no indico, y me disculpo por ello, están igualmente en las direcciones indicadas.

En resumen, sí a la unión, sí a la utilización compartida de experiencias, instalaciones, clientes y tejido tecnológico existente, y no a la parcelación y el minifundio tecnológico.

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