La competencia imperfecta
La competencia es la mejor receta para estimular incrementos de los volúmenes de mercado y para determinar el precio justo de los bienes y servicios. Así, en el mercado de los carburantes, los movimientos producidos desde la liberalización de 1998 han provocado movimientos en los precios propios de un mercado maduro, en el que las horquillas entre los más bajos y los más altos alcanzan porcentajes superiores al 20%. Tiene lógica que los surtidores del área de influencia de las refinerías, así como las partes del mercado con alta densidad de demandantes y de oferentes cuadren precios más generosos que allí donde el transporte es más oneroso y la demanda escasa.
Pero no es el español un mercado modélico. Su competencia es manifiestamente mejorable, ya que los jugadores son básicamente dos, y en el mejor de los casos, en determinadas demarcaciones locales o regionales, cuentan con la puja de un tercero, habitualmente con menor capacidad para forzar bajadas de precios.
Además, en este mercado los operadores tienen una estructura vertical que les permite determinar las condiciones de producción, refino y distribución de los productos, lo que les convierte en agentes muy poderosos en la fijación de las condiciones del mercado, especialmente en el extremo final de la cadena, donde aparecen los consumidores. Pese a la vigilancia de Competencia, persiste la duda razonable de si las condiciones de la oferta de carburantes se deslizan con la suficiente libertad como para poder hablar con criterio de un mercado real. Las condiciones de acceso a la distribución de gasolinas y gasóleos son financieramente tan difíciles que el número de operadores minoristas está anclado desde hace años, y sólo las grandes superficies comerciales ofrecen alternativas más atractivas.