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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un gran día en la historia europea

El 1 de mayo, tradicional jornada de las reivindicaciones laborales, va a pasar este año a la historia de Europa como el día en que cicatrizaron definitivamente las heridas de la Segunda Guerra Mundial. La Unión Europea da hoy el mayor estirón en sus 47 años de ininterrumpido crecimiento. Desde la fundación en 1957, el club tardó casi tres décadas en pasar de seis socios a los 15 actuales. Hoy, de un golpe, suma 10 nuevos miembros: Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia y República Checa.

Europa alcanza ya grados de unión e integración política y económica sin parangón en su historia. Urge ahora adaptar las estructuras comunitarias a las dimensiones del club para que la ampliación no diluya el proyecto de unión. La Constitución europea, sobre la que se espera un acuerdo en las próximas semanas, debe hacer gobernable esta nueva Unión de los 25. El estreno, también hoy, de José Luis Rodríguez Zapatero en un Consejo Europeo debe ratificar la voluntad de España de sumarse a la vanguardia en todos los ámbitos futuros de integración comunitaria.

El proyecto constitucional debe impulsar el desarrollo de políticas comunes, basadas en la confianza mutua y la superación de reflejos proteccionistas. Europa ha demostrado su fortaleza cuando habla con una sola voz ante el mundo en áreas como la política monetaria, de competencia o comercial. Ahora debe extender esa unidad a la política exterior y de defensa. Y la presencia en el club de 25 socios con 455 millones de habitantes no debe ser un obstáculo para avanzar, sino una señal de su fortaleza y de su capacidad de actuación.

Saltos históricos de esta envergadura desatan siempre temores e incertidumbres, pero conviene ponerlos en perspectiva para calibrar su alcance real. La potencia comercial de 10 países cuyo PIB no supera el de Holanda sólo puede asustar a quienes adolezcan de falta de la necesaria competitividad. Y la temida avalancha de trabajadores procedentes de Europa del Este olvida que el proceso de emigración no se inicia hoy, sino que viene desde la caída del muro de Berlín en 1989.

En España, la potencial fuga de empresas despierta también inquietud. Pero en economías abiertas no cabe otra respuesta que un ajuste de los costes laborales a la productividad y la incorporación de industrias con el mayor valor añadido posible.

No deja de ser también simbólico que la ceremonia de la ampliación se celebre en Dublín, capital de un país que, desde su incorporación a la Unión Europea en 1973, ha pasado de ser uno de los más pobres de Europa a tener un PIB superior en un 25% a la media comunitaria. Y ese avance ha sido gracias, en gran parte, a la inversión de los fondos comunitarios en educación y tecnología. Los nuevos socios se proponen emular el ejemplo irlandés. Más que como una amenaza, esa intención debe contemplarse como un acicate para el resto de la Unión.

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