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Columna
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De escuelas y faraones

Parece bien establecido que gobernar es elegir las prioridades, decidir sobre la asignación de unos recursos siempre escasos por definición para atender las incesantes demandas sociales que tienden a crecer de manera exponencial. En algunos momentos históricos se trataba de optar entre cañones o mantequilla, según una expresión acuñada que tanta fortuna alcanzó durante muchas generaciones. Llegados aquí conviene aclarar que las premisas anteriores tienen un área de aplicación muy amplia que incluye a toda clase de Gobiernos, municipales, autonómicos, nacionales, y también a los que configuran las cúpulas de las organizaciones bancarias, empresariales, sindicales, religiosas o terroristas. Pensar que a efectos de planificar el gasto sólo gobiernan quienes se reúnen cada viernes en el palacio de la Moncloa resulta de una limitación inaceptable.

Además, en un país como el nuestro, el poder político está repartido entre formaciones de diferente coloración y conforme a ámbitos territoriales de distinto radio, bajo las denominaciones de comunidades autónomas y de municipios. Por eso, conviene atender, sin desorientarse con los botes de humo intencionados, a las cuestiones globales, nacionales, autonómicas y municipales, evitando que el estruendo de Irak oscurezca el Plan Hidrológico Nacional, o que el nombramiento de Rodrigo Rato como director del Fondo Monetario Internacional nos impida ver cómo van las ayudas al cultivo del tabaco en Extremadura, o que el efecto estadístico de la Unión Europea ampliada oculte la situación de Terra Mítica en Valencia, o que en la polvareda de las glorias de Florentino-Valdano desaparezca el barullo urbanístico de la operación Chamartín, donde la ciudad de Madrid se la juega.

En algún momento habrá que releer a Fernando Arrabal en El arquitecto y el emperador de Asiria para profundizar en las relaciones de urbanismo y poder. Sería una buena orientación que facilitaría encontrar los nuevos significados del adjetivo faraónico. Mientras tanto, acabo de recibir de un profesor y buen amigo algunos datos comparativos sobre proyectos urbanísticos y educativos entre los que en algún momento deberíamos optar. Por ejemplo, el soterramiento de la M-30 que circunvala Madrid -proyecto estrella del alcalde Alberto Ruiz-Gallardón-, cuyos costes se evalúan en unos 3.500 millones de euros.

Aquí hemos puesto todas nuestras complacencias en el ladrillo, los parques temáticos y los soterramientos varios

Por su parte, otra autoridad, ahora regional, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha cifrado en 1,6 millones de euros el importe del programa piloto que pretende impartir educación bilingüe en español y en inglés tan sólo a 2.000 escolares. De donde se deduciría, sin descontar los ahorros ventajosos de una economía de escala, que extender a la totalidad de los alumnos que inician su educación primaria a los cinco años, cifrada en 46.837, a lo largo de una década hasta la conclusión de la secundaria, cuando cumplen los 14, vendría a representar el gasto equivalente al soterramiento de cuatro kilómetros de una M-30 cuya longitud reconocida es de 35.

¿Nos darán a los ciudadanos de esta comunidad la oportunidad de elegir, por seguir con el ejemplo anterior, entre túneles o nuevas generaciones bilingües, entre mejoras en las escuelas o arquitecturas y urbanismos faraónicos? En un esclarecedor seminario sobre el empleo en la UE, organizado en Gijón por la Asociación de Periodistas Europeos, pudo comprobarse (véase la ponencia de John Morley, alto funcionario de la dirección general correspondiente de la Comisión) en qué medida la opción de Irlanda por privilegiar las inversiones en I+D ha situado a ese país a la cabeza del progreso entre todos los de la Unión. Aquí hemos puesto todas nuestras complacencias en el ladrillo, los parques temáticos y los soterramientos varios. En Londres afloran las vías del tren por todas partes pero en España las vamos a enterrar por completo, según las demandas de todos los alcaldes.

Hay lujos como el del Valle de los Caídos, o la Ciudad de las Artes y las Ciencias, que otros países no pueden permitirse pero los faraones hispánicos quieren, por encima de todo, sus pirámides o sus enterramientos. Mi amigo el profesor, cuyos cálculos económicos se han resumido más arriba, recordaba la respuesta de un político que debía optar entre las subvenciones reclamadas por una escuela y por una cárcel. ¿Tú piensas volver a la escuela?, dijo impasible a su ayudante.

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