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Columna
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La batalla del FMI

Ángel Ubide

El nombre del nuevo director gerente del Fondo Monetario Internacional se decidirá, previsiblemente, la próxima semana. El cargo debe recaer en una figura de la máxima estatura política, según el autor, para que se pueda avanzar en el refuerzo de la arquitectura financiera internacional

La semana que viene se decidirá probablemente quién es el próximo director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). La tradición indica que dicho cargo corresponde a un europeo, y la presidencia del Banco Mundial, a un americano. El Ecofin ha propuesto dos candidatos, el español Rodrigo Rato y el francés Jean Lemierre, antiguo director del Tesoro francés y actual máximo responsable del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo. Mientras tanto, otros candidatos no europeos han sido propuestos, entre ellos Stan Fischer, el subdirector gerente del FMI durante el último mandato de Camdessus.

En la nominación del próximo director gerente del FMI hay mucho más en juego que el reparto internacional de poderes. En la memoria de todos está el penoso espectáculo de la sucesión de Michel Camdessus: Alemania decidió que el candidato tenía que ser alemán, propuso al viceministro de Finanzas, pero Estados Unidos no le apoyó por no tener suficiente categoría. Tras varias negociaciones se decidió al final nombrar a Horst Köhler, un candidato de compromiso. Puede que no sea una coincidencia que la gestión de Köhler al frente del FMI haya dejado mucho que desear.

El organismo, a cuya dirección opta Rodrigo Rato, necesita un liderazgo fuerte, tanto político como intelectual

La gran asignatura pendiente cuando Köhler llegó al piso número 12 del FMI era reformar la arquitectura financiera internacional. La principal conclusión del análisis de las múltiples crisis económicas del 1995-1998 fue que hacía falta un sistema de suspensión de pagos internacional que facilitara la resolución de problemas de liquidez a nivel de países y limitara el impacto económico de las crisis. La discusión sobre riesgo moral también estaba en su punto álgido y, tras la llegada de Köhler al FMI, la crisis argentina supuso una prueba importante.

Cinco años más tarde, se puede concluir que el FMI no ha avanzado en ninguna de las dos áreas. Las varias iniciativas que se propusieron para resolver el problema de la suspensión de pagos han fracasado, y la gestión de la crisis argentina ha ahondado el problema del riesgo moral (el chiste en Washington es que el FMI es el cajero automático de los argentinos, donde vienen a por dinero siempre que lo necesitan). Pero además, las relaciones entre el FMI y muchos de sus accionistas se han deteriorado considerablemente. Es famosa la pésima relación entre Köhler y los Gobiernos suramericanos, y las acusaciones de discriminación no han faltado (la destitución de casi todos los gestores hispanohablantes del departamento latinoamericano no ha pasado desapercibida). Además, las relaciones entre Köhler y el personal del FMI han sido muy tensas. Errores importantes, como la creación de una 'unidad de operaciones especiales' para gestionar países en crisis, crearon mucha irritación entre el personal de la institución (¿para qué están el resto de los 2.000 empleados del FMI, sino para gestionar crisis?). La asistencia a la ceremonia de despedida de esta semana fue escasa, mucho menor que en las despedidas de Camdessus y de Fischer.

El FMI necesita un liderazgo fuerte, tanto político como intelectual. Yo tuve la suerte de trabajar allí durante el periodo del tándem Camdessus-Fischer (y de un gran grupo de directores, entre ellos el tristemente fallecido Manuel Guitián), y puedo testificar que el personal del FMI creía en sus líderes y estaba dispuesto a dejarse la piel por la causa. De otra manera no se entenderían las miles de horas extraordinarias, las múltiples vacaciones anuladas en el último momento, durante los casi cuatro años de continua crisis que el mundo sufrió desde 1995. Se cometieron errores, por supuesto, pero se tenía la convicción de que se estaba haciendo todo lo posible en cada momento. La moral ha caído muchísimo, y la confianza en los dictados del equipo de dirección se ha deteriorado de manera importante. Tengo serias dudas de que la respuesta entusiasta del personal fuera la misma estos días (de hecho, el personal del FMI ha protestado públicamente porque la elección del futuro director gerente se está volviendo a hacer con criterios políticos).

Además, la credibilidad del FMI en los mercados está en un punto crítico. El FMI necesita un director gerente de la máxima estatura política acompañado de un subdirector de alto prestigio intelectual. Si el elegido es europeo, mejor que mejor, pero la nacionalidad no tiene que ser un impedimento para su nominación. El mandato está claro: avanzar decididamente en reforzar la arquitectura financiera internacional. Las próximas crisis llegarán, eso es inevitable, y el FMI es todavía la única institución disponible para resolverlas. Esperemos que el FMI no se vea envuelto en los complicados juegos geopolíticos que están hoy en día tan de moda, y que la elección del director gerente del FMI no dependa, por ejemplo, de la necesidad de obtener apoyos en Naciones Unidas para resolver la situación en Irak. Otros cinco años como los pasados pueden costarnos muy caros en la próxima crisis.

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