El reto de la ampliación
Europa crece y engorda. La idea de ampliación está implícita en la propia naturaleza del proyecto europeo. El artículo 237 del viejo Tratado de Roma ya estipulaba que cualquier Estado europeo podía solicitar el ingreso como miembro de la comunidad. Así ocurrió en cuatro ocasiones, cuatro oleadas de ingresos en el club comunitario, que se complementan ahora con una quinta hornada integrada fundamentalmente por países del Este, para constituir la Europa de los 25.
Dejando al margen la enquistada cuestión turca, tan necesitada de una fórmula neokemalista, la proyección de Europa del Este, con la incorporación de los llamados PECO (países de la Europa central y oriental), tiene una especial significación histórica. Supone restañar las heridas de la Segunda Guerra Mundial, las consecuencias políticas y económicas de la gran conflagración bélica, levantando definitivamente el telón de acero.
La ampliación de UE al Este es un reto para Europa, y es un gran reto tanto para el Este como para el Oeste. El peso de la UE ampliada en el mundo está en función de la definición de los instrumentos de intervención comunitaria, como los fondos estructurales y la PAC, cuya reforma fue objeto de la cumbre de Berlín; y de la reforma institucional para hacer operativa la UE ampliada, es decir, la cuestión constitucional.
Europa tiene un problema constitucional, necesita saber qué es y adónde va, cuál es su proyecto
Es un reto para el Este porque lo que se le exige es una plena homologación con la Europa occidental. Por consiguiente, si Europa es, en lo político, democracia liberal, derechos humanos, Estado de derecho e imperio de la ley, los PECO han de adaptarse plenamente a este modelo político. Y si Europa es, en lo económico, economía de mercado y libertad de empresa, el Este debe adaptarse a este modelo. Y ésta es la madre del cordero, pasar de un modelo autárquico y de economía dirigida a un modelo de economía de mercado. Los países de la ampliación vienen haciendo sus deberes desde la caída del muro, en 1989, de forma muy satisfactoria, y por ello, y porque garantizaban, como exigió la cumbre de Copenhague, la rápida absorción del acervo comunitario, se convirtieron en países candidatos, como el caso de Polonia, Hungría o Chequia. Por lo demás, la doble homologación política y económica va indisociablemente unida. La libertad política conlleva liberalización económica, y viceversa.
La ampliación es también un reto para el Oeste, sobre todo en un momento en que el fantasma de la deslocalización industrial se cierne sobre la vieja Europa. El Este tiene todos los ingredientes para espolear este fantasma. Son mercados emergentes con costes laborales más reducidos que pueden surtir un cierto efecto llamada a las inversiones comunitarias. La Europa social es más que nunca una necesidad. La competencia es, por definición, buena para el mercado, el dumping social, no. ¿Qué hacer? Respecto a los mercados asiáticos, la receta parece clara: diferenciar el producto, darle valor añadido, invertir en I+D+i. Respecto a nuestros socios comunitarios, la cuestión es más compleja.
Pero la ampliación es también un reto para la propia Europa, para su complejo andamiaje institucional. Cómo hacer operativa la Europa de los 25 y cómo simplificar el complejo proceso de toma de decisiones en la Europa ampliada son cuestiones que están sobre la mesa y que se plantean en el debate sobre la Constitución europea. Pero el debate constitucional no puede contraerse a un mero debate funcional para responder al riesgo de esclerosis institucional que aqueja a Europa. Uno ya no está en política activa y tiende a hacer abstracción de las posiciones de tirios y troyanos, pero también a tomar perspectiva. Y eso es precisamente lo que le falta al debate constitucional: perspectiva. Es decir, Europa tiene un problema constitucional, necesita saber qué es y adónde va, cuál es el proyecto. Y un problema constitucional se solventa con un previo proceso constituyente con mayor participación e implicación de los ciudadanos.
No niego que la titularidad del poder constituyente deba atribuirse a los Gobiernos nacionales, sino que habría que buscar fórmulas para que los ciudadanos no se sintieran ajenos a Europa, con un proceso constituyente más clásico, una Constitución, dogmática y orgánica, más simple y aprobada por referéndum. Para los ciudadanos, Europa también es un reto.