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Columna
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Tranquilidad

El programa del PSOE, vencedor en las elecciones del pasado domingo, es también una inyección de tranquilidad. Según el autor, las líneas de la política macroeconómica no van a variar en lo fundamental, lo que asegura la ausencia de movimientos inesperados

Los ciudadanos españoles decidieron con sus votos un cambio de Gobierno en España. Lo hicieron en medio de unas condiciones dolorosas, pero no asustados o inhibidos por los acontecimientos. Acudieron a las urnas como en pocas ocasiones para decidir con su voto quién debía gobernar España durante los próximos cuatro años. Este recurso masivo a los mecanismos democráticos de decisión en las elecciones es el primer elemento de la tranquilidad que se va instaurando en nuestro país después de los atentados terroristas.

El segundo foco de proyección de tranquilidad es el propio resultado electoral. El número de escaños obtenidos por el PSOE y sus relaciones de no hostilidad con otros partidos permitirán, como ya se ha anunciado, la formación de un Ejecutivo monocolor con respaldos parlamentarios puntuales y, por tanto, con un margen de maniobra considerable para llevar a cabo una política consistente.

El futuro presidente ha expresado muy claramente que pretende dejar como están las cosas que funcionan bien

El programa del partido vencedor es también una inyección de tranquilidad. Los lineamientos de la política macroeconómica no van a variar en lo fundamental. El equilibrio en las cuentas fiscales es una prioridad del Gobierno socialista y su objetivo de no aumentar la presión fiscal actual -aunque en función de determinadas reformas fiscales se puede variar su composición y, consecuentemente, el reparto de la carga fiscal- es un compromiso firme del futuro Gobierno. Asegurada de esta forma la ausencia de sorpresas o movimientos inesperados en el entorno macroeconómico que determina al corto plazo, el énfasis del PSOE en mejorar la sostenibilidad del crecimiento a largo plazo es un dato adicional para infundir tranquilidad a los ciudadanos y a los agentes económicos.

Este énfasis se traducirá en una mayor atención a la educación y a la formación del capital humano, en general, en un estímulo mucho más decidido a la investigación y al desarrollo tecnológico, así como a la innovación, en un mayor esfuerzo en el asentamiento y desarrollo de la sociedad de la información y en un volumen mayor, que no menor, en las obras públicas necesarias para el aumento de las infraestructuras. Para ello habrá que producir nuevos estímulos públicos y de mercado que favorezcan el cambio en el gasto público y privado en favor de estas actividades y eliminar las que están ahora favoreciendo una estructura de gasto que no podrá sostenerse en el futuro.

El talante de Rodríguez Zapatero y del que será su equipo es también una invitación a la calma y a la confianza. El futuro presidente, partidario de un 'cambio tranquilo', ha expresado muy claramente que pretende dejar como están aquellas cosas que están funcionando bien. Que no tiene ningún interés en cambiar por cambiar y no le ha costado decir, no ahora, sino durante la campaña, cuando buscaba los votos para cambiar el Gobierno, que hay cosas que no va a alterar. Del mismo modo ha apoyado sin vacilaciones una de las líneas fundamentales del programa del PSOE: aumentar la libertad económica. Esto quiere decir evitar la interferencia del poder ejecutivo en el ámbito que corresponda a la decisión de las empresas y a la libre conformación de decisiones en los mercados, y centrar su atención en la legislación que ampara la transparencia y la responsabilidad en la elaboración de dichas decisiones, en la regulación que asegure que tales decisiones se tomen en condiciones de la mayor y más libre competencia en cada caso y sin perjuicio para el consumidor y el usuario, porque esa es la garantía de que son las óptimas para el conjunto de los intereses de la nación.

Sin embargo, para preservar esta tranquilidad Rodríguez Zapatero y el PSOE deben sortear algunos peligros. Fundamentalmente tres en mi opinión. En primer lugar, proporcionar información suficiente a los analistas y otros observadores que en su habitual perspicacia ni siquiera han prestado atención al programa del PSOE, convencidos de que la victoria era del PP. La cuestión no es seducirles ni persuadirles de que abandonen sus prejuicios, que normalmente están sesgados en una dirección, sino informarles y ponerles frente a su responsabilidad de acertar en lo que ellos transmitan.

En segundo lugar, hacer oídos sordos de todos aquellos que, enfrascados en guerras pequeñas que han venido perdiendo en los últimos años, ahora pretenderán exigir decisiones inmediatas que favorezcan sus posiciones intelectuales, sus intereses económicos o sus posicionamientos de toda índole aludiendo con frecuencia a su proximidad o pertenencia al socialismo y al progresismo en general.

En tercer lugar, atender fundamentalmente a sus prioridades en la transición al nuevo Ejecutivo y en las declaraciones de intenciones, sin escuchar las urgencias que observadores y medios de comunicación traten de introducir en el programa y actuación del futuro Gobierno supuestamente en nombre de la opinión pública o del interés general. El PSOE tiene un programa y un idea clara de sus prioridades que han sido respaldados por las urnas: a ellos debe atenerse.

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