Capital del dolor
Madrid, capital del dolor, pero también de la resistencia cívica, de la unidad de todos los españoles, de la solidaridad incolora, de la respuesta ejemplar. De nuevo la defensa de Madrid es la defensa de las libertades frente a las amenazas de la barbarie terrorista. Han sembrado la muerte para desencadenar el amedrentamiento, para torcer nuestras voluntades, para imponer sus designios, para tergiversar las urnas del próximo domingo.
Golpearon sobre las componentes del Ejército, sobre los Cuerpos de Seguridad para buscar una reacción alocada de quienes tienen las armas en la mano, pero aguantaron en la disciplina. Calcularon sobre esquemas de poderes fácticos y resultó que aquí sólo hubo el poder constitucional y todos los demás estuvieron a sus órdenes. A nadie se le permitió tomarse la justicia por su mano y quienes emprendieron ese camino fueron encausados ante los tribunales. Pero los terroristas siguieron disponiendo de condescendencias, de brazos políticos incapaces de separarse de ese abismo, encadenados a la docilidad, desertores de los más elementales valores humanos.
Los muertos, los heridos de ayer estaban fuera de todo combate. Viajaban inermes a sus lugares de trabajo en los trenes de cercanías. No estaban alistados en ninguna unidad bélica. Ni siquiera son héroes, porque para serlo se requiere la asunción consciente y valerosa de un riesgo cierto y acudir a desafiarlo. Son casualidades sangrientas. Todos tenemos que interiorizar que cualquiera de nosotros hubiera podido ser uno de ellos. Se trata de un atentado en cadena del que en absoluto hay aquí precedentes. La secuencia a escala ferroviaria sólo guarda semejanza con la barbarie del Al Qaeda el 11 de septiembre en Nueva York.
Los ciudadanos maldecirán para siempre a quien intente sacar ventaja de tanta sangre de inocentes
Se trata de una prueba colosal del fanatismo en red, pero, en este caso, con la particularidad de buscar una salida de emergencia que dejara a salvo, con plena inmunidad, a los terroristas. Nada de suicidas que se inmolan por causas en extrema debilidad, cuando la debilidad del adversario para nada es garantía de seguridad, sino que multiplica la gravedad de la amenaza, la dimensión del peligro. Lo explicaba Salomé Zourabichvile en el XIII Seminario Internacional de Defensa, organizado por la Asociación de Periodistas Europeos en junio de 2001.
Enseguida, según se sumaban las noticias fraccionarias, se iba expandiendo el horror espantoso de lo inexplicable, de la pérdida de sentido desconcertante. Por todas partes se buscaba de modo incansable en los medios de comunicación y en el Gobierno una atribución de responsabilidades que a cada uno de los ciudadanos le sacara del absurdo invivible y le excluyera de ese infierno de la perplejidad, de los porqués y de por qué precisamente hemos sido nosotros el objetivo, sin respuesta posible.
Conviene también subrayar la contención informativa a lo largo de la jornada, precisamente en aras de evitar la multiplicación de los daños que todavía pudieran desencadenarse. En esta ocasión nadie se ha dejado llevar por la tendencia tan expandida en nuestros días de convertir la información en espectáculo. Por una vez la información se ha engarzado con los deberes de responsabilidad. Sabemos que es imposible fijar en un decálogo la manera de informar sobre el terrorismo. Algunos pensaron que convendría reducir el impacto mediático de sus acciones y atentados. Otros entendieron que semejante receta conculcaría el derecho del público. Pero hay un principio indiscutible. La información sobre el terrorismo debe ofrecerse en cada caso de la manera en que mejor queden defendidas las libertades de todos y en que mejor pueda impedirse la continuidad de sus acciones criminales. A ese principio debe subordinarse todo lo demás, sin que nadie pueda escudarse en la anticipación si con ella se ponen en peligro vidas o se dificulta la captura de los terroristas.
Ahora la cuestión básica es también la de asegurar que prevalezca la unidad de todas las opciones electorales, de todos los candidatos, porque los ciudadanos que el domingo serán votantes maldecirán para siempre a quienquiera que intentara sacar ventaja de tanta sangre derramada por inocentes. Aquí cada uno debe preguntarse cuál es su sitio, cómo puede colaborar mejor y entregarse a ello. Será el mejor homenaje a sus conciudadanos muertos. El terror no prevalecerá, nos tiene enfrente a todos.