Un banquero central en la cuerda floja
Las elecciones primarias para candidato a la presidencia de EE UU son una carrera de obstáculos que para algunos termina demasiado pronto y a otros les somete a una tensión a duras penas soportable: y esto último es lo que parece haberle sucedido al ex gobernador de Vermont Howard Dean.
Favorito antes de las primeras elecciones primarias, las derrotas en Iowa y New Hampshire le han hecho perder los nervios y ello quizás explique su acerba crítica nada menos que al presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan. Dean afirmó hace un par de semanas que si un banquero tan competente como Greenspan ha sido incapaz de censurar 'los aberrantes recortes fiscales de George Bush es porque se ha politizado mucho y necesitamos un nuevo presidente', ya que su independencia es 'absolutamente crítica'.
Comentarios como estos pueden parecer fuera de lugar y consecuencia de un incierto futuro en la carrera hacia la Casa Blanca, pero llegan en un momento delicado para la economía americana y quién sabe si aquí reside el talón de Aquiles del actual presidente. Además, antes de las críticas, probablemente irrelevantes de quien puede acabar como un político frustrado, la intachable reputación del señor Greenspan había quedado en entredicho por su discutible manejo de la política monetaria durante la evolución de la gigantesca burbuja financiera que caracterizó la economía de ese país en los noventa. Es bien sabido que la Reserva, y más concretamente, su actual presidente rechazaron subir los tipos de interés para intentar 'desinflar' la burbuja financiera que alimentó el crecimiento norteamericano durante esos años.
A ello se añade que Greenspan se negó, primero, a aceptar la existencia de una burbuja y cuando ésta estalló -con unas pérdidas de siete billones de dólares en valores bursátiles entre marzo de 2000 y finales de septiembre de 2002- se atrincheró afirmando que un banco central no puede utilizar los tipos de interés para 'pinchar' una burbuja financiera cuando se está formando porque jamás estará seguro de su existencia. La explicación causó una cierta perplejidad que se acrecentó cuando, en segundo lugar, añadió que los tipos de interés constituyen un instrumento rudimentario, pues al elevarlos se puede provocar una recesión.
Que un banquero central que se respete se apoye en la incertidumbre para justificar su pasividad es difícil de aceptar, sencillamente porque si pinchar una burbuja puede ocasionar una recesión, la alternativa de permitir un mayor desequilibrio financiero puede ser peor, ya que es casi seguro que la recesión será más pronunciada como consecuencia de haber permitido que la burbuja se inflase aún más. A ello se une que el señor Greenspan jamás advirtió clara y públicamente a los inversores los peligros que encerraba su irrefrenable entusiasmo por adquirir todo tipo de acciones y endeudarse hasta límites claramente peligrosos.
Después, el presidente de la Reserva Federal no se mostró precisamente partidario de la política fiscal del presidente Bush, pero sus críticas fueron moderadas en el tono y limitadas en el tiempo, de tal forma que no le falta razón a voces críticas como las del ex gobernador Dean cuando echan de menos una posición más clara respecto a los peligros de un déficit público gigantesco, que se combina, todo hay que decirlo, con una política monetaria que, por el momento, sólo puede calificarse como laxa. Ambos efectos estimulantes seguramente están incentivando ya la economía americana, pero la incógnita es si ese crecimiento reposa en bases sólidas y algunos indicadores arrojan más sombras que luces sobre ese aspecto. El principal es la situación financiera de las familias y empresas que desde 1997 están en números rojos que no dejan de crecer: la deuda de las primeras debido a su afición por la vivienda, las segundas porque con una capacidad utilizada es todavía baja y su endeudamiento elevado. El temor es que, de nuevo, la política monetaria del señor Greenspan esté alentando una segunda burbuja; en este caso, inmobiliaria. Una segunda equivocación y por iguales razones que en la crisis de los noventa -un injustificado temor a la deflación- y la recuperación en curso es seguro que se frustraría y el candidato Dean acabaría teniendo razón.