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Columna
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Fallan productividad y competitividad

El crecimiento de la economía de EE UU se apoya en un importante avance en la productividad, tanto de su fuerza laboral como de los demás factores productivos. En los últimos trimestres hay cierta preocupación por la falta de respuesta del empleo a la recuperación. Pero esto puede estar reflejando simplemente un desfase en la adecuación de la fuerza laboral a nuevas necesidades tecnológicas. Desde 1995, la productividad del trabajo en EE UU ha crecido a tasas superiores al 3%. El fuerte crecimiento de la productividad norteamericana centró la atención hace un par de años y, aunque se discutió la bondad de su medición y los efectos del ciclo, lo cierto es que sigue muy dinámica.

Lo remarcable, la diferencia entre el crecimiento de la productividad de EE UU y la de las economías europeas. El Economic Outlook número 74, de diciembre de 2003, de la OCDE, recoge un aumento medio en 2002-2003 del 3,8% para EE UU y del 0,5% para el área euro. Hay que resaltar que sin un avance dinámico de la productividad, un crecimiento derivado de la demanda del gasto doméstico, principalmente de las familias, siempre tendrá un sesgo inflacionario.

La productividad refleja la eficiencia en el uso de los factores de producción, tanto capital humano como físico. Respecto a los factores que influyen en ella, se pueden destacar el papel de las innovaciones tecnológicas, acompañadas por cambios en la estructura organizativa de las empresas, de desarrollos de mecanismos de financiación y de inversiones en capital humano. Son estos factores los que permiten que las innovaciones tecnológicas se introduzcan en las fases de diferentes procesos productivos. Los países no punteros en innovación tecnológica pueden aprovecharse de ella, si su sistema empresarial, financiero y de formación laboral es flexible y se adapta a las nuevas tecnologías. Las diferencias en productividad se traducen en diferencias en competitividad internacional, ya que, cuanto más productividad, menores son los costes unitarios de producción.

Ante las diferencias entre EE UU y Europa, hay que plantearse el papel de los Gobiernos, de la política económica. En esta cuestión se podrían señalar bastantes cauces de acción, sin caer en el intervencionismo: desde el estímulo a la innovación no sólo tecnológica, sino de organización empresarial, hasta la inversión en educación con garantía de una flexibilidad que les permita adaptarse a la demanda empresarial.

En la Cumbre de Lisboa de 2000 se fijó como objetivo hacer de la UE la economía más competitiva y basada en el conocimiento en 2010. En enero de 2004, una comunicación de la Comisión Europea sobre la implementación del mercado interno reconoce cierto retraso y que debe haber más consistencia entre las declaraciones políticas y las medidas tomadas para aumentar la competitividad. Se señalan tareas urgentes, como la patente comunitaria, la directiva de aplicación de derechos intelectuales, el reconocimiento de cualificaciones profesionales, las directivas de transparencia y de servicios de inversión, etcétera. Ello colocaría a la Unión en mejor posición para compensar las presiones competitivas procedentes del euro, que evidentemente se supone que seguirá fortaleciéndose.

Economista

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