La despedida de Álvarez- Cascos
El adiós del ministro de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos, no sólo fue el centro de todos los comentarios políticos a lo largo de la jornada de ayer. También lo fue en los del mundillo empresarial. Desde primera hora de la mañana, los despachos de varias de las empresas más influyentes del país, tanto públicas como privadas, tenían orientadas sus antenas hacia Oviedo. Y es que el ministro había elegido la capital asturiana para desvelar su futuro inmediato.
A media mañana, y arropado por dos de sus hijos, varios de sus asesores más directos y su novia, María Porto, anunció lo que muchos esperaban: su retirada de la vida política. La noticia corrió como un auténtico reguero de pólvora, porque el peculiar carácter de Cascos nunca ha dejado indiferente a nadie. Tal vez por ello la expectación generada en múltiples despachos en la mañana se transformó en alivio, en la mayoría; en abierto alborozo, en otros, o en leve contrariedad, en los menos.
La opinión generalizada dentro de las empresas, del ministerio, e incluso en el seno de su propio partido es que Álvarez-Cascos había instaurado un régimen de control asfixiante. De hecho, cuentan que su obsesión por controlar todo lo que sucede en Fomento le ha llevado incluso a vigilar personalmente la agenda de sus altos cargos o a pedir información de las visitas a obras que dependen de su departamento. Cascos, genio y figura hasta en su despedida.