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Columna
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El tiempo perdido

El presidente del Gobierno, siguiendo las previsiones constitucionales, sometió ayer al Rey el decreto de disolución de las Cortes que dará lugar a la celebración de elecciones generales para el próximo 14-M. De hecho, algunos partidos están en precampaña, o claramente en campaña electoral, desde hace tiempo. Los idus de marzo pueden destapar las más enconadas luchas cainitas en su seno, sumirles de nuevo en una crisis de liderazgo y perder toda credibilidad como proyecto político. Es el caso del Partido Socialista que, como Proust, ha iniciado su desesperada búsqueda del tiempo perdido. Y lo ha hecho hablando del programa que siempre fue el gran ausente de su labor de oposición durante estos cuatro años. La sonora ausencia de alternativa, de ideas propias, movía a una oposición corrosiva cuyo único propósito era erosionar al Gobierno.

Hoy, con el riesgo de que los ciudadanos les pongan los pies en polvorosa, se afanan a presentar programas y alternativas. A buenas horas, mangas verdes. Ahora bien, a un programa hay que pedirle un mínimo de coherencia y credibilidad, y no parece que el programa económico del PSOE responda a estos atributos. Han abandonado el dogma socialdemócrata y abrazan el marchamo liberal. Superan por la derecha a la tercera vía de Giddens, y ya ni se acuerdan de su confesado socialismo libertario. En una ocasión escribía en esta columna, a propósito de la propuesta socialista del tipo impositivo único del IRPF, que los conversos son los más radicales. Tienen que soltar mucho lastre ideológico, y tienen que afirmar con énfasis sus nuevas ideas, pero tienen un problema de credibilidad. Porque, ¿es creíble el nuevo programa económico socialista?

Cuando uno se ha pasado toda la legislatura criticando el dogmatismo presupuestario y la desfiscalización de las rentas de capital, y tiene tras de sí la estela de una década ominosa en términos de voracidad fiscal, no parece que ahora pueda erigirse en el adalid del equilibrio presupuestario y de las bajadas de impuestos. Máxime cuando estos objetivos pretenden conciliarlos con un incremento desmesurado del gasto público. Dicen que no es la hora de los contables, pero alguien tiene que pagar las copas. No es la cuadratura del círculo -demasiado cartesiano-, es sencillamente la imaginación al poder.

Sus propuestas tampoco son espectaculares. Proponer que el impuesto de sociedades reduzca su tipo impositivo al 30% de la base imponible es desconocer que en la actualidad el tipo efectivo, con todo el juego de deducciones establecidas, ya se sitúa por debajo de ese umbral. O desconocer que la tributación de las pymes -por cierto, con el voto en contra del PSOE- ya se sitúa en este tipo de gravamen. Renunciar a las deducciones es renunciar a una política de incentivo fiscal a la inversión, la creación de empleo, la I+D+i o la internacionalización de nuestras empresas.

Rebajar la carga fiscal por IRPF con eliminación de deducciones es renunciar a la política fiscal de apoyo a la familia y de conciliación de la vida laboral y familiar, penalizar las rentas del trabajo y aliviar la carga fiscal de las rentas más altas en detrimento de las más bajas. Es decir, plantea serios problemas de justicia tributaria, de equitativa distribución de la carga fiscal, sin olvidar el problema de financiar esta bajada del impuesto, y de conciliarlo con el equilibrio presupuestario.

Someter la tributación de plusvalías a una escala de gravamen, en lugar del tipo del 15% existente en la actualidad, es desconocer las exigencias de una economía globalizada, y de un mercado único con integración monetaria, en el que los capitales fluyen libremente, con el consiguiente riesgo de deslocalización de esos capitales. Sin olvidar la penalización fiscal que entraña para los siete millones largos de pequeños ahorradores que poseen fondos de inversión.

Y, por último, 17 agencias tributarias para 17 comunidades autónomas. Suena caótico, pero había que dar cobertura política a Maragall y a sus socios independentistas.

Alguien le dijo al César lo de 'guárdate de los idus de marzo', y el César decidió introducir cambios. Se me dirá que son las nuevas consignas de los nuevos gurús económicos del PSOE. Quizá sea así, pero a mí me parece que estamos ante la desesperada búsqueda del tiempo perdido.

Abogado del Estado, diputado por Girona y portavoz de Presupuestos del Grupo Popular en el Congreso

Renunciar a las deducciones es renunciar al incentivo a la inversión, el empleo, la I+D+i o la internacionalización

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