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Columna
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Lenguaje y estadística

En la investigación estadística, como en la vida misma, si el lenguaje se pervierte, si el significado de los conceptos utilizados pierde su carácter inequívoco, llega un momento en el que no se sabe de qué se está hablando ni qué es lo que se está midiendo, con lo que una de las principales misiones de la investigación, consistente en poder interpretar con el mayor rigor posible lo que ocurre en la realidad, acaba adquiriendo un sentido esperpéntico.

Podría pensarse que los cambios sociales y tecnológicos obligan a acomodar el lenguaje a situaciones nuevas y, en efecto, esto puede ocurrir en algunas ocasiones, como en el concepto de anciano ante el aumento de la esperanza de vida o en lo que se entiende por leer tras el invento, ya a mediados del siglo XIX, del método Braille y ante las nuevas oportunidades para la audición del texto elegido que brinda la informática. Pero lo cierto es que, en la mayor parte de las ocasiones, no son estas causas tan razonables las que impulsan los cambios en los contenidos de los conceptos.

Uno de los cambios de mayor calado que se han registrado en los últimos tiempos en el terreno estadístico es el del concepto de parado. Este cambio, que no ha necesitado alterar la definición formal de parado de la Organización Internacional del Trabajo, se ha producido por la vía subrepticia de modificar la interpretación de búsqueda de empleo a efectos de la encuesta de fuerza de trabajo comunitaria, entre las que se encuentra la española de población activa

Uno de los cambios de mayor calado en el terreno estadístico es el del concepto de parado

En efecto, a través del Reglamento 1897/2000, entendiendo que la persona que desea trabajar haya de haber buscado empleo durante las últimas cuatro semanas, quedaron automáticamente excluidos de la definición gran número de quienes pretendían trabajar y no podían hacerlo. En el caso de España, este reglamento tuvo especial incidencia, puesto que para que nuestras oficinas de empleo públicas considerasen a una persona en paro bastaba con que se inscribiera como demandante de empleo con una validez de tres meses.

De este modo, en España, más de 600.000 personas que por desánimo, desmoralización o desesperanza, sentimientos nada raros en quienes se ven excluidos socialmente, dejaron de ser considerados parados en la EPA del primer trimestre de 2001 y pasaron a engrosar las filas de los inactivos, junto con gente dedicada a labores del hogar, jubilados y pensionistas.

Otros conceptos que también son objeto de adulteración son los de inmigrante, delincuente y, en general, otros ligados al problema de la inseguridad ciudadana. En efecto, ante los incrementos de la delincuencia, se suele argumentar que los inmigrantes, cuyo crecimiento es incontrolable, tienen mayor propensión que los españoles para cometer delitos. Pero para intentar demostrar esta injusta afirmación, se manejan cifras de detenidos extranjeros, tratando a correos de la droga o mafiosos de paso como iguales a quienes vienen a trabajar y desean integrarse en la sociedad española. Por si ello fuera poco, también se trata como sinónimos a delincuentes y detenidos, cuando muchos de éstos últimos han podido ser objeto de una o múltiples detenciones debidas simplemente a su situación irregular, sin haber cometido delito alguno.

Pueden encontrarse otros muchos ejemplos en los que los conceptos se ven pervertidos al hacerse de ellos un uso partidista, como viene ocurriendo con las estadísticas sobre terrorismo, donde algunos países, como Estados Unidos, Israel o Rusia, principales víctimas del que denominan terrorismo internacional, pretenden que se califiquen como actos terroristas lo que para otros países son acciones de resistencia frente a ellos, aunque dichas acciones tengan como objetivo personas inocentes.

Pero el problema de las adulteraciones de los conceptos, aparte de deformar la realidad que es objeto de investigación estadística, tiene efectos de mayor alcance por cuanto la precisión en el lenguaje es un requisito esencial para el entendimiento de los hombres. En este sentido, si se adulteran las palabras, las imágenes que éstas nos proporcionan también aparecerán distorsionadas y, por seguir con los ejemplos que se han comentado sobre el desempleo y la inseguridad ciudadana, del modo más injusto, cuando escuchemos parado podremos percibir la imagen de una persona sin interés por trabajar o cuando oigamos inmigrante podremos sentir la natural alarma que inspiran los delincuentes.

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