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Tribuna
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Esperando a Carod

La teoría política explica que un proceso electoral en un régimen parlamentario cumple tres funciones, a saber: generar representación política, dotar de legitimidad democrática al poder y producir un gobierno. Las dos primeras se consiguen siempre. La tercera no siempre, y puede abocar a periodos de inestabilidad parlamentaria o, incluso, a la repetición de las elecciones. Es el caso de la Comunidad de Madrid, donde la crisis interna de un partido provocó la repetición.

La formación de gobierno tampoco parece clara en Cataluña. No hay un mandato electoral claro, y lo que sí hay son combinaciones políticas, cada una de las cuales con su propia lectura en clave catalana o nacional.

Si leemos en clave catalana, un pacto CiU-ERC supondría un Gobierno de fuerte impronta nacionalista por doble razón, porque los republicanos son hoy un partido independentista, y porque en CiU se ha producido un relevo generacional que da paso a postulados de deriva soberanista. Habría una competición interna entre los socios para saber quién es más nacionalista. Se abriría un proceso de reforma del Estatuto que chocaría frontalmente con nuestro modelo constitucional y, pese a la aritmética parlamentaria, lo cierto es que ERC dista de ser un partido responsable capaz de actuar como socio leal.

Abogado del Estado, diputado del PP por Girona y portavoz de Presupuestos del Grupo Popular en el Congreso

La segunda opción consiste en formar un Gobierno de izquierdas PSC-ERC-IC. Que nadie se llame a engaño, sería una miscelánea de izquierdas de alto componente nacionalista. La actual dirección del PSC se caracteriza precisamente por sus propuestas de reforma del Estatuto, su federalismo asimétrico o su original propuesta de refundación de la Corona de Aragón. A sus tradicionales recetas de más paro, más impuestos y más déficit, se añadiría una reforma del Estatuto que no cuadra con la Constitución, con la inestimable aportación de los eco-comunistas. No es de extrañar que el empresariado catalán abjure de ambas opciones.

Pero el problema de fondo es el protagonismo de ERC, que hoy esgrime, con autocomplacencia, su condición de bisagra. Es un partido histórico, partido de gobierno durante la II República, y que hoy navega por las procelosas aguas del independentismo sazonado de radicalismo verbal. Si en algún momento fue cierto que si el nacionalismo vasco es un nacionalismo rupturista, el nacionalismo catalán es un nacionalismo pactista, hoy esta diferencia está a punto de desaparecer, sobre todo si CiU o el PSC permiten que los republicanos campen por sus respetos. Su nacionalismo es radical, edulcorado en la forma, pero radical en el fondo. Ahora bien, no podemos asimilar el nacionalismo catalán radical al vasco, por razones obvias, y porque además la idiosincrasia catalana, el mal llamado 'oasis catalán', es muy distinta. En cualquier caso, su protagonismo emergente es una mala noticia para la estabilidad política e institucional de una de las comunidades más prósperas.

Las otras combinaciones, gran coalición o Gobierno tripartito con programa de reforma estatutaria, tampoco parecen buenas. En clave nacional, no se entendería que el PSOE de Zapatero pactara con el independentismo de Carod. En realidad, esa sola posibilidad ha roto una vez más las frágiles costuras con que está hilvanado el proyecto socialista: Bono, Ibarra, Maragall y, a remolque de éste, Zapatero han hecho sus aportaciones al debate.

El laberinto catalán, como la célebre obra de Samuel Beckett, está esperando a Godot. Pero Godot, o mejor Carod, sólo aspira a succionar lo que pueda del electorado convergente o socialista para erigirse, en la próxima legislatura, en líder del partido mayoritario. No tiene interés en oxigenar a unos o a otros.

La experiencia política enseña que en la negociación de un gobierno priman siempre dos cuestiones: el reparto del poder y el programa de gobierno. Pues bien, para Carod será también importante erosionar a los partidos mayoritarios para extraer réditos electorales. En la memoria histórica de ERC pesa todavía su pacto de gobierno con CiU en 1980 que nunca capitalizó políticamente y proyectó al alza a CiU. En cualquier hipótesis, la inestabilidad está servida.

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